31 de agosto de 2012

Capítulo 1: Primer encuentro




1.1 Mermelada y queso fundido

A pesar de que su despertador tenía una melodía bastante irritante y estruendosa, Midori como de costumbre lo había apagado, aún medio dormida, y había seguido durmiendo acurrucada entre sus sábanas de franela azul celeste, a juego con su habitación. Aquella noche había tenido un sueño bastante extraño, aunque si lo pensaba bien, quizás no era la primera vez que soñaba con ello. En su mente se proyectaban las imágenes, una y otra vez, de aquellos ojos dorados, fieros, amenazadores, dos ojos que parecían quitar el alma con tan solo fijarse en alguien, dos ojos de pupilas rasgadas cargadas del peligro que emitían los destellos del color del oro. Midori frunció el ceño, y se cubrió la cabeza con la sábana, lo único que quedaba encima de la cama, pues el resto de mantas y edredón los había tirado al suelo ella misma al removerse en sueños. Realmente, no lo entendía. Jamás había visto algo parecido, al menos no lo bastante como para haber soñado con ello y con tanta intensidad. Era como si verdaderamente conociese al portador de esos ojos, como si realmente lo hubiese visto alguna vez. Suspiró, dejando escapar el frío aire de entre sus sonrosados y secos labios.





El estruendo en la cocina en el piso inferior la hizo abrir los ojos, aún estando debajo de aquella suave sábana. Su abuela estaba ya despierta, como de costumbre, y eso la hizo sonreír con levedad. Siempre insistía en que se quedase en la cama, que aquel invierno era muy frío y que ella sabía lo muy a gusto que podría quedarse acurrucada en su cama, en lugar de levantarse tan temprano para prepararle el desayuno. Pero aquella amable anciana no se rendía nunca, y como Midori no saliera desayunada de casa, podría jurar que en cuanto llegase a la hora del almuerzo le tocaría una doble y cargada ración de lo que fuera.



- ¡Midori, baja ya o vas a llegar tarde! ¿Hoy no es tu examen de literatura?



Aquellas palabras la hicieron levantarse de golpe. Había olvidado por completo el examen, que para colmo, era a primera hora. Se levantó con rapidez, intentando no resbalar con la inmensa cantidad de ositos de peluche, mantas, sábanas y ropa tirados por el suelo. La habitación de Midori no era demasiado grande, y la chica tendía a ser bastante poco ordenada, pero nunca sucia. Su habitación estaba siempre impecable, sus muebles blancos siempre eran blancos, y jamás podría verse mota de polvo alguna sobre los muebles o el suelo. Sin embargo, ni sus muebles, ni su armario, ni su cama, estaban ordenados con los objetos propios de cada uno, sino que por el contrario podían encontrarse de forma aleatoria en cualquier parte.


- ¡Ya voy, ya voy!



Gritó la joven, al tiempo que cogía las respectivas prendas de su uniforme escolar, y se metía en el baño. Una falda roja oscura, una camisa blanca de botones y una chaqueta del mismo color de la falda, daban muestras de que el instituto donde Midori iba era privado, y bastante caro. Su abuela siempre decía que sus padres al morir le habían dejado bastante dinero de cara a pagar sus estudios, y que por eso la metería en el mejor instituto de aquella ciudad. Y aunque Midori siempre quiso dejarle a su abuela todo el dinero, y que ella cubriese solo los gastos justos y necesarios en mantenerla, su abuela siempre se negó. Al fin y al cabo el dinero era suyo. Su abuela era la única familia que le quedaba. Desde que tenía memoria, Midori siempre había vivido en el mismo hogar, una casa antigua pero reformada, bastante grande, en el centro de la ciudad. Ellas vivían solas, y lo cierto es que no necesitaban a nadie más. Se las apañaban para hacer entre las dos las tareas de la casa, incluso su abuela, de entrada edad, parecía imposible que pudiese tener tanta agilidad en las piernas a la hora de fregar o limpiar los muebles altos de la cocina. La relación que ambas tenían era bastante fuerte, ya sea porque era como una madre para Midori, más que una abuela, o porque realmente fuese el único familiar con vida de la chica. Fuera lo que fuese, Midori estaba realmente unida a su abuela. Muestra de ello era lo que ella llamaba su amuleto de la suerte, un colgante, una especie de piedra pequeña, entre roja y fucsia, rodeada por un par de aros de aparente oro blanco entrecruzados, y sujetos a una cadena del mismo material, el oro más puro y brillante, que su abuela le había regalado al nacer. Ya fuera por el motivo que fuese, su abuela siempre le recordaba que no debía quitárselo bajo ningún concepto. Que aquel colgante había pertenecido a su abuela, y a su madre antes que a ella, al igual que a su hija, y ahora, perteneciente a su nieta. Le daría suerte por el resto de su vida, según decía, si la pequeña Midori no se lo quitaba de encima bajo ningún concepto. Y en sus casi dieciocho años, desde que tenía memoria, jamás lo había hecho, y era algo de lo que se sentía orgullosa.



Midori salió por fin del baño, aseada, y vestida con su uniforme escolar. Ya vestida su tez pálida resaltaba más aún, aunque a decir verdad sus mejillas casi siempre se hallaban sonrosadas, haciendo contraste con su cabello, un cabello bicolor, con las raíces de un color blanquecino bastante intenso, y el resto y de forma degradada, de un color fucsia plano, vivo y alegre. Sus grandes y avivados ojos también fucsia y con ligeros tonos rojizos eran como un libro abierto, la ventana a un alma inocente y pura que Midori guardaba en su interior, una mirada dulce, amigable y alegre que siempre daban a aquellas mañanas, y al mundo, la energía que a muchos le faltaba. Con rapidez bajó las escaleras hasta el primer piso, cogiendo su mochila azul vaquero que había colgado el día anterior sobre el perchero de la entrada, ya disponiéndose a salir. Pero el aclarado de garganta de su abuela era señal para que Midori se lo pensase mejor.



- ¡Jovencita, da igual que llegues cinco minutos tarde! ¡No puedes salir de casa sin desayunar!



Midori ya no contaba con el factor sorpresa. Su abuela, vestida con su típica ropa antigua de tonos marrones, o beige, con su canosa media melena recogida, y un gracioso delantal de sartenes y calderos rosados y amarillos, se encontraba en la puerta de la cocina que daba hacia el salón recibidor, con las manos apoyadas en las caderas, y una ceja alzada. Si su ceja alzada era la derecha, eso no podía significar nada bueno.



- ¡Pero abuela, el examen de literatura es a primera hora! Te prometo que me compraré algo en la cafetería…- Replicó la chica, colgándose ya la mochila tras la espalda, como muestra de que verdaderamente debía irse ya. Pero por su tono de voz cualquiera diría que no estaba del todo segura de sus palabras, a su abuela había que tenerle miedo.



- ¡De eso nada, Midori Yukiko! Ahora mismo coges aunque sea una tostada con mermelada, y te la comes por el camino.



Otro gesto que no se podía pasar por alto, era el recitar su nombre completo. Midori bajó la cabeza, aceptando así su cruel destino, pero sin poder evitar soltar una ligera risilla por el camino hacia la cocina. Al pasar junto a su abuela, la abrazó, bastante alegre y feliz, como siempre, y le dio un sonoro beso en la mejilla.



- ¡Qué haría yo sin ti, abuela!



Exclamó, desde ahora el interior de la cocina. Realmente le daba pena que su abuela hiciese todas las mañanas lo mismo, aquellas dos tostadas de mermelada de melocotón, y sobre ellas aquel queso blanco fundido dibujando una alegre sonrisa, su desayuno preferido. Cogió tan solo una de ellas, y se la llevó a la boca, para justo después echar a correr de nuevo hacia la puerta, despidiéndose con la mano, y saliendo con rapidez cerrándola tras de sí.




1.2 Examen de Literatura

Su instituto no estaba a más de diez minutos caminando, diez minutos que Midori acortó en cuatro, debido a que desde que salió de su casa, había estado corriendo todo el trayecto. Era lo malo que tenían los institutos privados, si llegaba tarde, el conserje le estaría dando una charla sobre las normativas del centro y la mandaría con el delegado del último curso a una charla que el director había titulado felizmente “Los alumnos y el comportamiento que no deberían tener.” Y Midori, como no, no podía arriesgarse a ello. Por suerte para ella, y desgracia para el conserje que esperaba en la entrada principal, mirando impaciente su viejo reloj de cuero y con expresión de perro rabioso, mientras esperaba que fuesen las ocho en punto para cerrar la puerta y dar su típica charla a los rezagados, ella logró entrar a las ocho menos un minuto. Y lo cierto es que no pudo aguantar una leve risilla al pasar al lado del conserje, quien parecía querer pegarle la rabia de un mordisco. En el patio principal no había nadie, todos los alumnos estaban ya en sus clases, esperando al profesor justo cuando sonó la campana. Y Midori no tardó en subir los cuatro pisos sin ascensor donde se encontraba su clase, la letra “D”, para entrar lo antes posible y agradeciendo que su profesora de literatura no hubiese llegado aún. Midori saludó a todos con un alegre y animado “buenos días”, de los cuales casi todos le respondieron con la misma efusividad, excepto los dos o tres que no se llevaban demasiado bien con Midori, algo que ella no entendía. Quizás era porque ella no parecía tener problemas, y parecía tener la vida resuelta desde siempre. Además, era buena en deportes, y en los estudios, se podría decir que era la chica popular de su instituto. Siempre rodeada de amigos, y con una inmensa cantidad de pretendientes dispuestos a declararse en cualquier momento. En resumen, Midori era tan deseada, como odiada por otros.



No pasó mucho tiempo desde que entró en la clase, y se detuvo a hablar con sus amigos, hasta que la puerta volvió a abrirse dejando paso a una esbelta y atractiva profesora treintañera. No tenía los rasgos asiáticos, como todos en el lugar, puesto que la profesora de literatura, Margaret, venía directamente desde Estados Unidos para enseñar su asignatura en un perfecto y delicado japonés. Quizás por haber llegado tan lejos la profesora tenía tan mal carácter, sumado a un ego abrumador. “Buenos días señorita Margaret”, exclamaron todos los alumnos, al unísono, frente a sus pupitres y justo antes de sentarse y guardar un absoluto silencio. La profesora a duras penas contestó tal saludo, para pasar directamente a entregar el examen final de la asignatura, y así, empezar fuerte la mañana. Casi de inmediato todos los alumnos comenzaron a escribir, incluso Midori, quien no se había leído nada el día anterior, parecía saber las respuestas de todas y cada una de las preguntas. Lo cierto es que era verdaderamente inteligente, y aquello no se le daba tan mal.



Pasó el tiempo, tanto la hora de literatura, como la del resto de sus asignaturas sin ningún inconveniente. Midori había asistido a todas las clases, se había comprado algo para desayunar, pues aunque todos los alumnos se llevaban el bentō, su abuela no solía seguir dicha tradición. Y eso, también, causaba tanto admiración como desprecio. En las actividades físicas de aquel día, Midori también había estado deslumbrante. Era el claro ejemplo de superación, no pretendía ganar las carreras, o los pequeños concursos que el profesor intentaba hacer entre los alumnos, sino que por el contrario Midori en lo que se esforzaba era en mantener el ritmo, y en no caer por difícil que fuese el reto. Y quizás eso era una de las cosas que la hacían especial, su empeño en hacer las cosas bien, y su enorme fuerza de voluntad.



La campana señaló que era la hora de la salida, cerca de las tres de la tarde. Muchos de los alumnos se quedaban a comer en el propio instituto, otros, un viernes como era aquel, preferían quedar en grupos para ir a tomar algo a un pequeño restaurante cerca de allí. Y Midori, normalmente, recibía invitación para ambas cosas, y aunque casi siempre asistía a tales eventos, aquel día se negó a todos. No sabía exactamente el motivo, tenía dinero y ya era mayorcita como para necesitar el permiso de su abuela. Sin embargo, quizás desde aquella mañana, los ojos dorados de aquel sueño seguían invadiéndole la mente, por mucho que la joven se hubiese esforzado en ocultarlo durante todo el día, algo en su interior la inquietaba y la traía por el camino de la amargura. Su sensación en el pecho era como si un nudo le impidiese el respirar, como si su estómago fuese a darse la vuelta en cualquier momento. Era una especie de mal presentimiento que, hasta ahora, jamás había tenido. Después de despedirse de todos sus amigos, echó a correr de nuevo hacia su casa. Realmente se moría de hambre, incluso antes de llegar frente a la casa, el olor de la carne que su abuela preparaba a la plancha ya había borrado toda muestra de mal presentimiento, y dejaba paso al rugido furioso de sus propio estómago, pidiendo ser alimentado.



- ¡Ya estoy en casa! – Exclamó, mientras abría la puerta con rapidez, cerrándola tras de sí una vez había pasado al salón recibidor, y dejando caer la maleta a un lado del perchero, y las llaves haberlas tirado sobre el propio sofá.- ¡Pero qué bien huele abuelita! ¿Es ternera? ¡Qué hambre tengo!



Y en efecto, su abuela estaba en la cocina, tal y como Midori la había dejado al marcharse por la mañana, con aquel gracioso delantal blanco con sartenes y calderos bordados en un hilo rosado bastante llamativo, aquella coleta mal hecha recogiendo su canoso y brillante pelo, y su típica ropa de tonos beige y marrón vistiendo su pequeño cuerpo.



- ¡Ah, Midori! La comida está servida, solo falta este filete.



Midori echó a reír, feliz aparentemente, contenta por estar en casa de nuevo, ellas solas. Y si era sincera, verdaderamente prefería la compañía de su abuela, que la de cualquiera de sus amigos. Midori era inocente, dulce y amable, pero no tonta aunque lo pareciese. Así que sabía y de sobra que la mayoría de sus supuestas amistades, eran solo por interés. Con su abuela se sentía realmente a gusto y segura, de alguna forma. Se sentó en su lado de la mesa, una mesa con tan solo dos sillas, que a pesar del inmenso tamaño de la casa, parecía ser bastante simple. Olfateó la comida, divertida, observando cómo su abuela dejaba en la mesa ese último filete sobre los demás, y se sentaba a su lado, sin preocuparse en desabrocharse aquel delantal, para comer.



- ¡Que aproveche, abuelita!



Midori casi que ni esperó a que se sentase, con el hambre que tenía empezó a comer con rapidez, pero calmándose luego, observando de reojo como su abuela volvía a alzar una ceja. Y prefería bajar la intensidad de su forma de engullir el arroz y la ternera con pimiento, antes que es cuchar un “te dije que te levantases más temprano” con un sarcasmo que apuñalaría hasta al hombre más frío del mundo.



Mientras comían, ambas hablaron de qué tal el día. Midori contó sobre su examen de literatura, sobre sus amigos, sobre las asignaturas, y sobre todo en general. Si a alguien podía considerar mejor amiga, esa era su abuela, quien en cambio, contó que lo único que había hecho había sido terminar de tejer el gran jersey de lana que le había hecho solo para ella, que había ido a comprar una docena de huevos para hacer una tarta, y que había vuelto a casa para preparar el almuerzo. Rieron y bromearon, realmente no parecían sentirse solas o deprimidas por ser las únicas en aquella gran casa, más parecida a una mansión. Y cuando ya casi habían terminado de almorzar, Midori habló.



- Abuela… ¿Crees en los malos presentimientos? No sé, llevo todo el día sintiendo algo extraño en el estómago, como si fuese a pasar algo importante o algo malo…Aunque ni siquiera quiero pensarlo demasiado, me da miedo que eso sea así o que pueda pasar algo…



Midori esperaba otra de sus reacciones típicas; un ceño fruncido, una ceja alzada o una carcajada anciana y pegadiza. Y sin embargo, se sorprendió al notar a su abuela seria, pálida, como si acabase de escuchar la peor noticia del mundo. Bajó su mirada azul clara y casi gris hasta la mesa, y con una mano arrugada y temblorosa cogió un poco de agua para aclararse la garganta, tosiendo un par de veces.



- Midori… ¿Has soñado con algo raro últimamente?



La joven solo pudo abrir de par en par sus rojizos ojos. ¿Es que acaso su abuela sabía algo sobre aquellos ojos dorados? En cualquier caso, parecía ser demasiada coincidencia. Y aunque Midori no llegaba a entender en absoluto todo lo que le pasaba a su abuela por la cabeza, fue sincera con ella.



- Bueno, sí…Anoche. No me acuerdo de casi nada de aquel sueño, solo recuerdo dos ojos. Dos ojos dorados como el sol, dos pupilas rasgadas, ¡Como si fuera un gato! Pero realmente no era para nada amigable como un gato, sino más bien amenazador, peligroso…Era como si esos dos ojos me estuviesen vigilado y esperando el momento para atacarme…Realmente, creo que he soñado lo mismo más veces, pero…Quizás decidí que no era importante y simplemente mi cabeza lo olvidó… ¿Por qué lo preguntas, abuela?



Los ojos de Midori mostraban ahora una preocupación que cualquiera notaría, clavando sus ojos en los grises de su abuela. Para ella aquello no era más que una tontería, pero aquella reacción de su abuela…Aunque, al parecer, después de aquello su abuela volvió a la normalidad. Soltó una carcajada, y negó con la cabeza, siguiéndole la mirada a su nieta una vez más, tal y como siempre era.



- Qué sueños más raros tienes, deberías dejar de acostarte tan tarde y leer libros menos fantasiosos. Anda, no te preocupes por ese mal presentimiento y termina de comer. Quizás confundas ese mal presentimiento con un amor platónico por esos ojos…



Le guiñó un ojo a Midori, quien refunfuñó, arrugando la nariz y frunciendo levemente el ceño. Mientras, la abuela se había levantado y había empezado a recoger toda la losa sucia, a tirar las sobras y a guardar la comida sobrante y los demás utensilios en sus respectivos lugares. Midori se levantó, ayudando a su abuela a recoger, y para cuando terminó, se giró con intención de subir las escaleras y encerrarse en su cuarto como de costumbre, sin embargo, la voz de su abuela la detuvo una vez más.



- Midori… Creo que esta tarde tendré que salir a hacer unas cosas, me ha llamado una vecina, que una amiga viene a su casa hoy y bueno, tengo que ir a tomarle las medidas para hacerle un jersey de lana por navidad. Volveré a la noche, y no me esperes despierta, creo que vendré bastante tarde. Oye… Prométeme algo, aunque no viene a cuento. Necesito saber que nunca te quitarás ese colgante que te regalé. Hoy lo he estado pensando, y…Quizás no te expliqué del todo la importancia que tiene para mí que no te lo quites, nunca, jamás, hagas lo que hagas… ¿Puedes prometerme algo así?



Midori, aún sin girarse del todo, la observó por encima del hombro con los ojos bien abiertos. ¿Qué era todo aquello? Cuando aquella mujer se ponía a pensar, podría sorprender por cualquier cosa. Así que simplemente se relajó, rió un poco e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto, mientras se daba la vuelta y subía por las escaleras de camino a su cuarto.



- ¡Nunca me quitaré el colgante, puedes estar segura, lo protegeré con mi propia vida!



Y dicho esto, se escuchó cómo cerraba la puerta de su habitación. La abuela de Midori observó por un momento la puerta principal de la casa, la mochila de Midori a un lado del perchero, y suspiró mientras cerraba los ojos. Y cualquiera diría que aquella anciana estaba a punto de ponerse a llorar, como si el dolor y la tristeza que guardaba en su interior se hubiesen manifestado ahora todos juntos. Sin embargo ni una lágrima resbaló de sus párpados. Simplemente, en la soledad de aquella cocina, y con los ojos cerrados, murmuró.



- Mi pequeña Midori…Quizás sea el colgante quien te proteja a ti.


1.3 Aquellos ojos dorados

Tal y como había dicho, la abuela de Midori se marchó de casa justo después de comer y recoger la cocina, tarea que no dejaba que Midori hiciera bajo ningún concepto. Y Midori, sin nada mejor que hacer, se había pasado toda la tarde leyendo un libro del cual ni siquiera se había leído el título, un libro antiguo de un amor antiguo, que le había prestado su abuela. Incluso se había quedado dormida, medio sentada y con el libro abierto entre sus manos a eso de las nueve y media de la noche, aún sin que su abuela hubiese vuelto a casa.



Pero ya a media noche, Midori abrió los ojos de pronto, levantándose de golpe como si alguien la hubiese despertado. Otra vez, aquellos ojos dorados invadían su mente, algo que parecía estar pasando con cada vez más frecuencia, y realismo. Juraría que aquellos ojos estaban realmente frente a ella cada vez que los veía en sueños. Suspiró, y cuando por fin consiguió calmarse, le alegró ver que su abuela ya había vuelto, pues había sido ella la que había puesto el libro en la estantería, la que había cubierto a Midori con una manta, y la que le había dejado un vaso de leche y galletas en la mesa de noche. Midori observó el reloj. Eran casi las cuatro de la mañana, ¿Desde cuándo llevaba dormida?... Se frotó los ojos, desperezándose. Incluso se había dormido con la ropa puesta. Se levantó de la cama con cuidado, y dobló la manta para dejarla sobre el armario. Realmente, algo inquietaba a la chica, ahora más aún que aquella mañana, como si verdaderamente algo malo fuese a suceder…



Un golpe en el vestíbulo, el ruido de un cristal al caer. La joven Midori abrió de par en par los ojos… ¿Habría sido su abuela?... Se puso una chaqueta negra, colgada en el perchero de su habitación, pues acostumbrada al calor de la manta le había dado un escalofrío desde los pies hasta la cabeza. Se puso unas all star también negras, pues era quizás algo maniática por culpa de su abuela, y desde pequeña se le había enseñado a no andar descalza. Abrió la puerta, observando entonces que ninguna luz alumbraba el pasillo del segundo piso. Y vio como, al final del pasillo, la puerta de la habitación de su abuela estaba cerrada, y solo se cerraba cuando ella dormía. Frunció levemente el ceño… ¿Entonces, qué había sido aquel estruendo? Midori bajó las escaleras, con cuidado de no hacer ruido, y observando a cada lado, por si algún ladrón aparecía por allí. Nunca había sido valiente, aunque nunca había vivido situaciones parecidas. Pero quizás lo que haría sería distraerle para que su abuela se despertara. Sin embargo, allí no había nadie. Ni en el salón, ni en la cocina, ni en los baños…La única señal de que algo estaba mal allí, era un vaso de cristal partido en mil pedazos, y la puerta de la alacena en la cocina abierta. Midori suspiró. Quizás su abuela lo había colocado mal, y este se había caído…Se intentó convencer a sí misma de que aquello era así. Fue a girarse, la escoba y el recogedor estaban en un pequeño trastero en el salón. Y sin embargo, la chica se quedó quieta, petrificada, abriendo los ojos de par en par ante aquello…



Dos ojos de color esmeralda relucían por sí mismos en la oscuridad del salón. Dos ojos afilados, intensos, y de una pupila rasgada. Midori juraría que los ojos que ella veía en sus sueños eran exactamente iguales, a excepción del color. Con rapidez, y en un impulso de valor, la chica se arrimó hacia un lado de la pared y encendió las luces.



Ante ella se encontraba un chico de aspecto joven, y no demasiado musculoso. Su cabello era albino, blanco como la nieve, y sus ojos, aquellos peligrosos ojos, parecían aún más intensos bajo la luz de la lámpara del salón. La piel de su rostro también era blanca, y bajo un ojo, tenía una especie de marca verdosa, un símbolo extraño que Midori no llegó a comprender, aunque tampoco le prestó demasiada atención. Su rostro transmitía una peligrosidad que a Midori le daba escalofríos, y a pesar de esto, su vestimenta no era para nada típica en personas como él: llevaba puesto un esmoquin blanco, sin corbata. Adornando su cuello el muchacho cargaba unos cascos negros bastante grandes, y quizás su detalle más curioso, eran sus deportivas de colores que vestían sus pies. Midori retrocedía, paso a paso, y miraba de reojo las escaleras hacia el segundo piso, deseando solamente que su abuela no se despertara, que no bajase hasta allí.



- ¿Q-Qué es lo que quieres?…¿Qué buscas aquí?... Si lo que quieres es dinero simplemente cógelo y vete…



A Midori le costaba hablar, temblaba y titubeaba de miedo y nerviosismo. Pero de inmediato, aquel chico de mirada penetrante la interrumpió, sin dejarla terminar la frase siquiera, riendo entre dientes con aparente malicia, y negando con la cabeza, mientras se acercaba paso a paso y de forma inquietante hacia ella.



- Oh, no, querida. Lo que yo busco no es el dinero, ni nada de valor. No hay nada con más valor que ese colgante que llevas puesto… ¿Qué tal si simplemente me lo das? Me marcharé de aquí y no haré daño a tu abuela, si aceptas por las buenas. Si no, te mataré, y me lo llevaré por mi cuenta. ¿Qué me dices?



Aquel tipo parecía hablar totalmente en serio, y en ningún momento había dejado de acercarse hacia ella. Pero Midori seguía retrocediendo, hasta quedar de espaldas a la puerta principal, y de frente a las escaleras. Pensó rápido. Su abuela le había hecho prometer que jamás perdería aquel colgante. Y aunque Midori ni siquiera sabía el por qué del valor que le otorgaban al mismo, negó con la cabeza. Jamás traicionaba a los suyos, y jamás rompía una promesa. Su cabeza pensó rápido, quizás, si escapaba, aquel tipo la perseguiría y dejaría ir a su abuela.



Así que así hizo, la chica abrió la puerta de golpe, y en medio de aquella fría y solitaria calle, echó a correr. Comprobó con una rápida y asustada mirada por encima del hombro que aquel tipo, fuera quien fuese, la seguía, y parecía bastante molesto por ello. Ella agradeció interiormente aquel gesto, le daba igual ser asesinada, siempre y cuando su abuela estuviese fuera de peligro. Ella corría, lo más rápido que sus pies le permitían avanzar. El frío de la noche le impactaba directamente en el rostro, hasta el punto de casi no sentir nada. El aire frío entraba por sus labios medio abiertos en un desesperado intento de respirar. Agradeció que en el lugar no hubiese demasiadas personas, más que nada, porque fuera quien fuese que la estuviese persiguiendo, lo tendría más fácil con obstáculos, o con alguien que pudiese delatarla. Sujetaba con fuerza aquel colgante entre sus manos, ahora tenía claro que era demasiado importante, más de lo que su abuela le había contado, y que no debía perderlo por nada del mundo, y eso aparte de por su abuela, lo sabía por instinto, por ese mal presentimiento que aún la atormentaba, y del que ahora parecía saber el motivo.



Algunas veces medio se tropezaba con los pies, pero nunca llegó a detenerse. Llegó a la plaza, donde se encontraba aquel gran reloj. A esas horas, sumando el lugar, la oscuridad y los árboles secos por el invierno, la situación era cuanto menos lúgubre. La muchacha siguió corriendo, girando la cabeza hacia atrás de vez en cuando, a la espera de que aquel que le perseguía diese señales de que seguía allí. Y a pesar de no ver nada, seguía corriendo con la misma intensidad, incluso más rápido.



Lo que Midori no alcanzaba a ver ocurría encima de aquel reloj de la plaza, a tal altura. Alguien se encontraba en aquel lugar, a pesar de que aquello pareciese imposible. Sus flequillos oscuros caían por su cara, y sus dorados ojos entrecerrados se clavaban en una fuente enfrente suya, a varios metros de lejanía... Y de altura. Aquel chico de quizás apariencia joven-adulto se encontraba de cuclillas al lado de ese gran reloj, en algún sobresaliente de la arquitectura que se lo permitía. Su gran gabardina negra se mecía con el viento de la noche. Solo esperaba un ruido, quizás, una llamada... Pero no era así. Pues de imprevisto, se incorporó quedándose de pie, y sin mediar palabra, hizo un acto que muchos humanos podrían ver suicida. Se tiró de lo alto de aquel reloj, y en muy pocas décimas de segundo, ya estaba en la acera, cayendo con perfección y sin el menor ruido, posando primero un pie y luego otro, con sus ojos cerrados, al parecer, los había cerrado en el trayecto, sus cabellos oscuros muy levemente revueltos, y su gabardina, algo más lenta, aun se mecía en el aire, cayendo entera segundos después de él haber aterrizado en la plaza.



Midori observó frente a ella una figura, alguien oscuro, y ni siquiera se detuvo a mirarlo. Ahogó un grito, cambió de dirección con brusquedad, echando a correr en dirección a cualquier lugar. Aquel tipo no parecía tener intención de seguirla, algo de lo que se cercioró observando por encima del hombro, pero ni él, ni su anterior perseguidor, habían dado muestras de quererla seguir persiguiendo.



- Maldita sea…



Murmuró, intentando coger aire y, por primera vez desde hacía a saber cuánto tiempo, deteniéndose. Jadeaba cansada, aún con una mano en el pecho, en el colgante, y con la otra se apoyó en sus rodillas medio agachándose hacia delante. Miraba hacia el frente, un callejón sin salida. Miró hacia los lados, sabía que si daba la vuelta la pillarían, así que buscó dónde esconderse. El contenedor de basura era demasiado evidente, ¿Pero dónde si no? Por suerte, encontró un montón de harapos tirados a un lado del mismo, y aprovechando su delgadez, la muchacha se apresuró en ocultarse entre ellos, tumbándose a un lado, en el suelo, y cubriéndose con algunos chaquetones que la ocultasen de la vista. Procuró que su larga melena rosada quedase oculta también bajo los ropajes, y se llevó una mano a la boca, intentando regular así su respiración y que no sonase tan fuerte, siempre sin dejar de poner la otra mano en el pecho, intentando poner a salvo aquel colgante.



Mientras tanto, aquel chico en la plaza parecía haber quedado totalmente indiferente ante aquel gesto de la muchacha, y simplemente esperó en silencio, y con los ojos cerrados en un gesto tranquilo, a que aquel chico de pelo albino apareciese, literalmente, frente a él.



- Ah...-Dejó caer con desdén, como si fuera un suspiro.- Vete de aquí. Ahora ella es mi presa.



Se dio la vuelta, dando unos cuantos pasos, despacio, como si quisiera estar seguro que ese chico albino se había quedado atrás, qué se iba y le dejaba a él que continuara esa búsqueda. Pestañeó... Y eso fue lo último que pudo verse de esa figura allí, pues después desapareció, como por arte de magia, y se vio de nuevo a la entrada de un oscuro callejón donde Midori se encontraba. Arrugó solo una vez su nariz, sin si quiera abrir los ojos, como si aquello le delatara que allí había alguien, pero además lo hizo de un modo muy leve, para nada haciendo feo su rostro. En ese momento, volvió a abrir los ojos, y caminó hacia delante, haciendo crujir algunas de las basuras bajo sus pies, o salpicar algunos de esos líquidos de las cloacas de la ciudad. Hasta qué se detuvo en esa pila de harapos. La chica abría de par en par los ojos al ver, por un agujero que había hecho entre los harapos, como una sombra aparecía en aquel callejón. Escuchó los pasos acercándose, y ojos lo siguieron. Apretó con fuerza la mano a la boca, para así evitar que el sonido de su agitada respiración, mezcla del miedo y del cansancio, la delataran. Y entonces fue cuando lo vio. Aquel chico se quedó de perfil, mirando al frente, a esa gran pared del callejón sin salida, y entonces en otro pestañeó rápido giró sus ojos dorados, quizás algo más brillantes en esa oscuridad a esa pila de harapos. Alzó la mano hacía esta, para tras ello rebuscar con agilidad algo... Que encontró. Y con toda la mala suerte del mundo para Midori, sus dedos encontraron el brazo de la chica, y apretándola con fuerza, la sacó de allí, obligándola a levantarse aparentemente sin el menor esfuerzo. Sus ojos dorados se clavaron en los de ella, con esas pupilas extremadamente estrechas, como si fueran las de un gato… Los mismos ojos que la chica había visto en sueños.



El corazón, y el estómago, le dieron un vuelco. Aquellos ojos…Un escalofrío recorrió su espalda, y aquel mal presentimiento se disparató, incluso confundiéndola, haciéndola temblar de cuerpo entero. Midori sujetó su muñeca, con fuerza, para intentar no soltarse, sino mantenerse, por miedo a que aquel chico dejase de sujetar la tela de su chaqueta para pasar directamente a extrangularla. Entrecerró los ojos, realmente asustada, temporosa, pero intentando mantenerle la mirada. Pero sus ojos le daban miedo, el mayor miedo que Midori había podido tener en toda su vida.



– S-Suéltame….Por favor...



Él entrecerró más aquellos ojos escalofriantes, haciendo una presión mayor de su mirada fija en ella. Parecía que no le importaba mucho más que sus ojos, hasta que al fin, bajó despacio y sin decir nada, su mirada hacía su pecho, o mejor dicho, a lo que ella tenía colgado del cuello, su colgante.


Cerró los ojos una vez más en un suspiro, soltándola de repente. Y ella retrocedió nada más ser libre de su agarre, con miedo, llevándose ahora las dos manos al colgante, sujetándolo con fuerza. Su rostro era de sincero miedo, pero la chica demostraba seguridad ante la idea de proteger aquella piedra. Entonces él la observó ahora en silencio, volviendo a abrir sus ojos dorados, fijándolos en el objeto qué ella tenía entre las manos.



- ¿Desde cuándo sabes el secreto...?



- ¿S-Secreto?... ¿Qué secreto?... A-Aléjate…Déjame marchar y no diré nada... ¿N-Ne…? Prometo que no ll-llamaré a la policía, solo déjame ir…



Murmuró, casi sin voz. Ella solo quería volver a casa, con su abuela, su única familia y si es que seguía viva, cosa que después de ser perseguida dudaba, y alejarse de todo aquello que había venido de pronto. Se mantuvo alejada de él todo lo que pudo, casi tiritando de miedo. Ese chico albino, él, sus ojos, aquellos sueños, aquel presentimiento…Todo aquello le hacía estremecer. Ella era una persona normal, siempre había sido normal.



Él abrió sus ojos solo una milésima más de lo normal, de supuesta sorpresa. Y luego, frunció levemente el ceño. Entreabrió muy lentamente los labios para volver a hablar, pero esta vez no le dio tiempo. Guió sus ojos con la misma rapidez que veces anteriores hacía la boca de entrada de ese callejón. Sonidos muy leves de pisadas podían escucharse adentrándose en él. Suspiró, aunque levemente, en una mueca de enfado por la nariz. Y sin preguntar si quiera, cogió a la chica por el brazo de nuevo, aunque no lo pareciera, no demasiado brusco, y se la puso tras la espalda. Midori abrió de par en par los ojos ante el gesto de él, ¿A dónde se la llevaba, qué haría con ella? Iba a gritarle que la soltase, a patalear al menos, no quería morir allí. Sin embargo al ver la silueta del callejón, se quedó en silencio, cada vez más asustada, y medio se agazapó, como si ocultarse tras de su “supuesto y recientemente descubierto enemigo número dos” la salvase de su “supuesto enemigo uno”.



Aquel desconocido entrecerró sus ojos felinos de color del oro en ver a aquella figura. Un hombre de cabello blanco y ojos verdes, sonriendo de par en par, el primer perseguidor de Midori, aquel extraño tipo.



- Ahh... Segundo. ¿Qué haces aquí?... -Alzó las cejas, divertido, tornando sus ojos verdes hacía la chica de pelo rosa.- ¿Te estás ocupando de ella? ¿Por qué no la matas ya? ¡Y le haces pumb!



Prácticamente gritó, lo que hizo que cualquier gato callejero o cosa semejante acabara largándose de allí, mientras alzaba una mano imitando una pistola. Entonces tras ello, y reírse un poco, se puso las manos en las caderas, avanzando hacia ellos. Hasta que el de cabellos oscuros entrecerró sus ojos aun más, y de repente y sin venir a cuento, el suelo comenzó a temblar, y a cada segundo que pasaba parecía hacerlo con más violencia. Midori abrió de par en par los ojos ante aquello, ocultándose tras el chico de ojos dorados, que a pesar de darle casi el mismo miedo que el albino, sentía el impulso de mantenerse allí, como si en el fondo supiese que no correría peligro por el momento. De pronto, del suelo emergieron unas inmensas llamaradas amarillas y anaranjadas, cómo una barrera entre medio del albino, y el moreno. Al parecer era algo así como una amenaza, o simplemente algo qué decía. ''No te atrevas a acercarte más. ‘‘



- ¿Quién te ha dado permiso para hablar así contra mí? -Murmuró tranquilo, mientras fijaba sus ojos en él, aparentemente sin prestarle demasiada atención a la chica.- ¿Acaso debería hacer mis planes o decir dónde voy o qué hago a alguien inferior a mi? No lo creo. Así que lárgate, Spell.



El tal Spell entrecerró los ojos, frunciendo el ceño, amenazante y clavando su fiera mirada en los ojos de su interlocutor. Aunque finalmente cerró los ojos y suspiró, se giró y se marchó de allí, desapareciendo sin más, como si nunca hubiese pisado aquel callejón. Entonces aquel tipo cerró los ojos, asintiendo solo una vez, y muy tranquilamente, ni si quiera lo pareció. Las inmensas llamaradas desaparecieron como si ya hubiera acabado la ''amenaza''. Tras ello, se dio la vuelta hacía ella, mirándola desde arriba, entrecerrando una vez más esos ojos dorados de pupilas estrechas. Alargó su mano hacia su garganta una vez más, o quizás hasta algo más arriba, cubriendo sus labios con la mano en un gesto rápido. Y se acercó esta vez a su oído, para susurrarle.



- Ni se te ocurra alzar la voz... Solo por si acaso.



Se separó de ella, soltándola una vez más, aunque mucho más lento qué antes, mirando de reojo la boca del callejón, asegurándose de que realmente ese tipo se había ido. Midori abrió los ojos de par en par cuando él la sujetó, y al oírle, de nuevo un escalofrío le recorrió la espalda. Maldita sea, no sabía qué le daba más miedo, si su voz, o sus ojos. La chica entonces tragó saliva, una vez él se separó. Y miró al suelo, sin saber muy bien qué se supone que debía hacer. ¿Qué estaba, secuestrada o algo así? Porque daba esa impresión. Y para colmo, tenía un millón de preguntas que hacer, ¿Pero quién hace preguntas a sus secuestradores? La muchacha entonces armándose de valor, dijo en un suave murmuro titubeante, como si tuviese miedo a que él alzara la mano y le golpease, o algo así.



- ¿Q-Qué se supone que tiene de importante este collar?... ¿Quién eres, quién era él y por qué todos me perseguís?... ¿Qué queréis de mí?



Él alzó levemente una de sus cejas al escucharla, cómo queriendo decir si se estaba riendo de él al pensar que le iba a contestar todo eso. Luego se acercó más a ella, quedándose bastante cerca, mirándola fijamente a los ojos, desde arriba, pues él era bastante más alto qué ella. Y sin más medio se agachó a agarrar sus piernas con uno de sus brazos, y su espalda con otro brazo, cerrando los ojos mientras ejercía la acción. Entonces, una vez que se la cargó en los brazos, se giró, y susurró en voz bastante baja y suave.



- Agárrate.



Tras aquello, solo frunció levemente el ceño y con bastante agilidad echó a correr. Sin embargo, eso no parecía algo así como que corriera, más bien se deslizaba. Una vez salieron del callejón, sin aparentemente esfuerzo comenzó a saltar entre edificios, hasta que llegó a los tejados de ellos, y aun así seguía saltando, mirando al frente, desde que comenzó, no había mirado ni una sola vez a la chica. Ella no supo ni cómo ni por qué había hecho eso, hasta que dijo lo de “agárrate”. Entonces ella renunció a sus dudas y a sus miedos para agarrarse a él como podía, mirando al suelo, esperando que saliese volando o algo así. Lo que había visto antes en el callejón había sido del todo antinatural, y quizás se hubiese sorprendido algo más si no estuviese tan acostumbrada a leer los libros de fantasía que le regalaba su abuela. Además de que Midori muchas veces había dado por hecho que sucedían cosas antinaturales a su alrededor. Pero en cambio y aunque se esperaba salir volando, quien la sujetaba saltaba de tejado en tejado con una habilidad sobre humana. Se fijaba en él de vez en cuando, evitando encontrarse con sus ojos. Y no le sorprendió que él no la mirase ni una vez, es más, lo agradeció. Arrugó la nariz y entrecerró los ojos, si no le iba a contestar, ella no volvería a hacer preguntas, o a hablar. Finalmente él se detuvo en uno de esos tejados, uno de los más altos, a decir verdad. Y allí, al fin, soltó a la chica, y aunque no lo pareciera, lo hizo con cuidado, poniéndose de cuclillas, y soltándola en el suelo con suavidad. Luego volvió a incorporarse, mirando hacia atrás. Quizás viendo si realmente no los habían seguido. Y sin volver a mirarla, habló



- Necesito saber algo. Tu... Abuela. ¿Sigue con vida?



- ¿Mi…Mi abuela?...Cuando me fui de casa estaba allí…creo…N-No lo sé, todo pasó muy deprisa, e-ese tipo vino a por mí y… Yo solo quería alejarlo de mi abuela… ¿Y si le ha pasado algo?...



Por un momento, la chica perdió el miedo a mirarle a los ojos, pues en los suyos, la preocupación y el sentimiento de culpabilidad se desbordaban. Verdaderamente quería una respuesta, o que él averiguase si seguía o no viva. Ya luego preguntaría por qué a alguien como él le interesaba ese dato, junto con todo lo demás. Él se llevó la mano al puente de la nariz, pellizcándoselo entre dos de sus dedos, medio pensativo, y en el acto cerró los ojos. Quizás estaba intentando hacer una de sus cosas, o quizás simplemente estaba pensando.



- Entonces será mejor que te quedes aquí... -Negó, casi a la par que lo dijo, al segundo, y se giró hacía ella, dejando caer esta vez su brazo.- No te vas a quedar aquí, quieta y a salvo ni aunque te lo pida... Así que supongo qué no tiene caso. – Entrecerró un poco más sus ojos dorados, y le tendió su mano.- ¿Podrías llevarme a tu casa? -Frunció el ceño muy débilmente, no enfadado, ni nada por el estilo, más bien para intentar darle un poco de sentido a la pregunta.



Le quitó las palabras de la boca, pues cuando él fue a dejarla allí, ella estaba dispuesta a negarse en rotundo. Así que aunque aún le tenía miedo y respeto, no pudo evitar sonreír, y corresponder dándole la mano. Asintió con la cabeza, y aprovechando que estaban en lo alto de aquel tejado, giró los ojos para mirar por encima la ciudad. Pasaron dos o tres segundos, y al final, alzó la mano, señalando hacia una dirección, abriendo bastante los ojos.



- Allí, es allí! Qu-Quizás debamos darnos prisa…T-Tú…E-tto…Bueno…T-Tú corres mucho más que yo y….



¿Cómo pedirle a un desconocido sobrenatural que la lleve en brazos para ir a salvar a su abuela? Dejaría que lo adivinase por sí mismo. Y parecía que lo había entendido, pues se quedó mirándola serio, como había sido desde un principio. Por muy leve que fuese, ladeó una sonrisa, enredando sus dedos en los de ella, cogiéndola, y tiró para abrazarla a él, y de nuevo cogerla como antes, con facilidad. Ella ahogó un quejido ante la sorpresa de aquel tirón. Arrugó la nariz, y aunque se puso nerviosa, un muy, muy, muy ligero rubor acarició sus mejillas, bajo los ojos.



- Está bien, yo te llevaré. Pero tú serás quien me guíe. Es un trato justo. ¿No es así, humana?



Midori Carraspeó, frunció el ceño, haciéndose la seria por un momento, aún a pesar de que aquel ligero rubor seguía existiendo, y asintió con la cabeza.



- Es un trato justo…pero llámame Rin.



A los desconocidos prefería decirle su nombre de pila, y no el real, además de que su abuela le había enseñado eso desde niña, y nunca le dio demasiada importancia, por lo que nunca la contradijo. Tampoco es que se fiase del todo de alguien con el que había soñado durante meses, y aunque tenía miles de preguntas rondándole en la cabeza del por qué de ello, primero quería ir a su casa. Aquel mal presentimiento la estaba poniendo cada vez más nerviosa. Volvió a señalar hacia el lugar de antes.



- ¿Ves aquel edificio alto de allá? La casa de mi abuela está un poco más lejos, a la derecha. Es fácil de reconocer, está frente a un parque con una gran fuente en medio.



El extraño chico cerró los ojos un momento, al parecer intentando relacionar esa idea. Sus cabellos y su gabardina volvían a mecerse con el viento, y no solo los de él, también los de ella, o los de cualquiera que estuviera a esa altura en las que se encontraba ambos. Solo abrió los ojos de nuevo, y una muy levísima sonrisa surcó sus labios.



- Te volveré a repetir entonces de nuevo, Rin.-Murmuró de forma distinta que las otras palabras, como si quisiera darle más importancia...- Agárrate fuerte...


1.4 El comienzo de una nueva vida

Midori asintió, y dejó la frase sin respuesta allí arriba, suspendida en el aire, pues tras ello, aquel chico del que aún no sabía su nombre se tiró por el tejado con ella en brazos, cayendo de nuevo sobre otros tejados, pero de forma suave, lo más que podía, aunque el viento en sí seguía siendo brusco, no para él, pero si para los humanos. Y así, buscó el lugar que la chica le había dicho. Los minutos seguían pasando y pasando. Quizás dentro de poco empezaría a amanecer. Midori iba a preguntarle su nombre, pero como antes, supondría que no le contestaría. Cuantas menos preguntas hiciera, mejor. La chica se aferró fuerte a él, tal y como había dicho, aunque se moviese rápido tardarían algo en llegar, y quién sabe si se caía por el camino. Observó tras él como el sol casi que dejaba ver los primeros rayos de un nuevo día, y entristeció la mirada. ¿Y si su abuela no estaría ya para verlo? Tragó saliva, sacudiendo un poco la cabeza para quitarse esa idea de la mente. Aún así, no podía evitar estar seriamente preocupada.



Finalmente llegaron al lugar, justo al lado de la fuente, como Midori le dijo en un principio. Posó primero un pie y luego el otro. Y esta vez la dejó posada en el suelo con la misma suavidad que antes. Miró al frente, todo estaba en silencio, aunque los primeros rayos de sol comenzaban a aparecer. Agachó un poco la mirada, quizás pensativo. No parecía haber ningún estropicio... Pero eso era fuera. Quien sabe lo que abría dentro.... La miró de reojo, por encima del hombro, esperando a ver si ella entraba primero. Y así fue, Midori tragó saliva, con una mirada preocupada fija en la puerta de la casa. Y casi inmediatamente después, echó a correr hacia la misma.



- ¡Abuelaaaaaaaaaaa!



Gritó, sin importarle ahora quien pudiese perseguirla, u oírla. Mala señal, la puerta estaba abierta. La chica se llevó las manos al pecho, e inmediatamente después echó a correr. Miró habitación por habitación. Todas las cosas estaban tiradas por el suelo. Había cadáveres de extraños, unos tipos encapuchados, enmascarados con tela negra, y numerosas armas por el suelo… pero ni rastro de su abuela. Midori se llevó las manos a la boca, quizás para contener un grito de terror al ver toda aquella escena. La pureza de su alma no estaba preparada para tanta muerte, y mucho menos en una situación como esa, o en un lugar como era la casa de su abuela. Toda la situación aquella noche era tan sumamente irreal que ni siquiera tenía tiempo para pensar en si todo aquello no era más que un mal sueño. No podía pensar en el por qué de las cosas, sino en las cosas en sí mismas, y ahora mismo lo único que le preocupaba era encontrar a su abuela. Parecía que allí había habido una pelea, pero… ¡Es imposible que su abuela hubiese podido con tan solo uno de ellos! Sobre todo, porque no solo había esos cadáveres o signos de pelea, sino que también en las paredes, unos símbolos extraños, con tinta azul brillante, se encontraban dibujadas por lugares aleatorios, pareciendo incluso hecho por mano de brujas, si es que existían. Pero eso a Midori no le importaba. Subió por fin las escaleras, y se dirigió a la habitación de su abuela, donde aún, la puerta estaba cerrada…



Finalmente, ante el silencio del lugar y desde fuera de la casa, se escuchó un grito. Y Midori se dejó caer al suelo. En la habitación de su abuela, nada más abrir la puerta, observó cómo ésta yacía en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Había sangre por todas partes, al igual que aquellos extraños símbolos, y más cadáveres encapuchados, docenas de ellos. Midori ni siquiera se fijó en lo que en la pared había escrito con su propia sangre. “Cuida de Midori”. Ni sabía para quien era, ni le importaba. Simplemente se echó a llorar sobre el cuerpo de su abuela, a llanto desgarrado, sin importarle ya que pudiese oírla alguien más. Ella era lo único que tenía, y lo había perdido por su culpa.



Él chico solo pudo verla correr, tampoco la detuvo. Él, a su diferencia, se mantuvo atrás en todo momento, y anduvo con pasos lentos, bastante lentos. Sus botas comenzaron a encharcarse de la sangre del pasillo, pero él no hizo ningún gesto, ninguna respuesta a aquello... Y entonces ese grito. Frunció algo más que antes el ceño, y desapareció casi para volver a aparecer en aquel cuarto, viendo cómo la chica prácticamente lloraba encima de la que habia sido su abuela. Cerró los ojos por un momento, quizás por un minuto de silencio. Y sin más, siguió hacia adelante, entreabriendo de nuevo sus ojos, leyendo de refilón lo que estaba escrito en la pared.



- Rin...



Murmuró. Ni de buen modo ni de mal modo, quizás algo indiferente. La miró desde arriba, sin agacharse. Pero Midori no contestó. Es más, no hizo nada. No se movió por un minuto o dos, quizás tres. La joven no paró hasta desahogarse. Y cuando pudo calmar un poco el llanto se limpió las lágrimas con el reverso de su mano, mirando al suelo. Ni siquiera había leído lo de pared, y ni siquiera se volvía a atrever a mirar a su abuela sin vida. Miró simplemente al suelo, quedándose de rodillas frente al cadáver, con algunas gotas de sangre manchando su rostro.



- Esto es culpa mía...Debí haberme quedado con ella, no debí haberla dejado sola...Y todo por culpa de este estúpido collar, aunque ni siquiera entiendo por qué...




Lo había dicho casi en un murmuro. Se lo descolgó del cuello, con el ceño fruncido, y aún con lágrimas silenciosas bajando por sus manchadas mejillas, lo dejó caer al suelo. Se levantó, sin ni siquiera volver a mirar nada más en aquella habitación, nada más que las huellas de sangre en el suelo; pasó por el lado de aquel misterioso chico y echó a correr de aquella habitación. Tenía la mente tan nublada que ni siquiera sabía qué iba a hacer ahora, solo quería ir lejos, por puro instinto, por saturación, por miedo, por impotencia, solo quería correr y dejar aquella horrible escena atrás. Aquel chico esperó a que terminara de desahogarse, mirándola en silencio, tampoco volvió a mirar lo de la pared si quiera. Cuando dijo aquello y tiró el collar al suelo, solo pudo fruncir el ceño. Cuando pasó por su lado y se puso a correr, hizo como la primera vez, cerrar los ojos y dejarla ir...solo de momento. Tras nuevos minutos, caminó lentamente hacia al lado de la anciana, agachándose a su lado, y en susurros muy bajos pareció responderle a una pregunta inexistente.



- Descansa en paz. Ahora es mi turno de cuidar de ella...



Tras aquello, tornó su dorada mirada hacia el collar, y no dudó en cogerlo a pesar de empaparse las manos de sangre. Se lo quedó mirando, para tras ello, metérselo en el bolsillo de su gabardina. Se incorporó mientras cerraba los ojos, demasiado tranquilo teniendo en cuenta la situación, y le dio la espalda al cadáver de la abuela de Midori. Para tras unos pasos, desaparecer, y aparecer a las espaldas de ella. Sin esperar la cogió de la muñeca para parar su carrera, y tiró de ella, girándola además hacia él.



- Sé que esto es duro. Pero ella dio su vida por ti. Deberías agradecérselo... Pero por ahora...descansa.



Se acercó del todo a ella, para sin dudarlo, besarla en los labios. Midori no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar, su mente estaba en blanco, como en shock después de todo lo vivido. Sus ojos derramaban lágrimas de forma inconsciente, y el hecho de haberse puesto a correr no fue otra cosa sino un impulso…El mismo impulso que hizo que se dejara besar por él, manteniendo su triste y dolorida mirada rojiza en sus ojos. Aquellos ojos que había visto en sueños nada más despertarse, y que ahora, pertenecían al mismo ser que le había salvado la vida, aparentemente, y que ahora la hipnotizaban, junto a ese beso, dejándola en los brazos de Morfeo.

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