2.1 El té aún está caliente.
La muchacha abrió los ojos acuosos al notar aquel tirón. No esperaba que la detuviese, tampoco entendía el por qué, y ni siquiera tenía ganas de pensarlo. Le había dejado el collar en el suelo, eso era lo que él quería desde un principio, ¿No es así? Escuchó sus palabras en lejanía, estaba demasiado aturdida y en shock como para hacerles frente, o quizás, simplemente no quería hacerlo. Al fin y al cabo, ni siquiera sabía su nombre. Era un desconocido que había aparecido la misma noche en la que habían asesinado a su abuela, ¿Y debería confiar de él? Entonces pasó. Él la besó, y ella no pudo hacer nada. No correspondió a tal beso, quizás estaba demasiado ocupada en preguntarse diversos por qué. Y sin ella quererlo, casi de inmediato, fue quedándose dormida hasta perder los sentidos.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero abrió los ojos, tardando en acostumbrarse a la claridad. Estaba tumbada, y ni siquiera hizo esfuerzo por levantarse, simplemente observaba el lugar, recapitulando los últimos recuerdos que tenía antes de quedar dormida. ¿Cómo había pasado aquello?...
Entonces recordó el beso. Se medio levantó, sentándose donde quiera que estuviese. Fijó su mirada triste al suelo, y se llevó dos dedos a los labios. ¿Sería cosa de él? A estas alturas, no le extrañaría... Al igual que tampoco le extrañaría que no hubiesen sido más que simples alucinaciones, o un mal sueño, tal y como había soñado con sus ojos desde hacía bastante tiempo. ¿Cómo podría soñar con unos ojos tan antinaturales y que fuese exactamente los de aquel tipo? Estaba prácticamente en un colchón sobre el suelo, una cama japonesa, mejor dicho, un futon. En una habitación de también arquitectura japonesa. La puerta hacia seguramente el jardín estaba débilmente deslizada, y por ahí se colaban radiantes rayos de sol. Pero esa no era la única puerta allí, todo sea dicho. Había otra, casi en frente, que seguramente daba a los pasillos interiores. Por ella se escucharon pasos sobre el tatami. Luego, cómo dejaba alguien una bandeja en el suelo, y luego el sonido de las ropas deslizándose, como si se estuviese agachando, para llamar después algo débil a la puerta.
- Con permiso.
Murmuró una voz femenina, para tras unos segundos, los cuales seguramente usó para coger la bandeja e incorporarse, deslizó la puerta hacia un lado, entrando y cerrándola tras de sí. Se trataba de una hermosa mujer morena, con todo su pelo recogido en una especie de coleta asiática, y vestida con un kimono rosado y de motivos florales, muy típico de la cultura. No pudo evitar sonreír al fijar sus oscuros ojos negros en la joven Midori, quien se frotaba uno de los ojos para mirarla, quizás algo extrañada, pues no era más que otra desconocida.
- Estás despierta. Él se alegrará de oír eso.
En cuanto la vio, Midori empezó a replantearse en serio todas aquellas preguntas. Quizás a ella pudiese sonsacarle algo. Pero Midori era demasiado buena, lo último que quería era molestar, incluso a esa mujer que no conocía. Lo que hizo fue sonreírle, sincera, pero de manera algo triste.
- Buenos....tardes...creo. ¿"Él"?... ¿Dónde estoy?...
Empezaría por lo pequeño, aún. No iba a preguntarle demasiadas cosas sobre todo aquello, pues quizás ni siquiera esa mujer sabría contestarle. Ahora que se fijaba, era realmente bella, y seguramente mayor que ella. ¿Cómo había acabado ahí...? Tras que la chica hablara, pudo escucharse en el jardín un leve tintineo de esos adornos japoneses que se movían con el viento, que quizás traían buena suerte. Y tras ello, el fluir del agua en cualquier fuente o riachuelo que rodeaba la casa. Todo eso desprendía verdadera tranquilidad. La asiática de pelo negro dejó la bandeja al lado de la chica, mientras se arrodillaba frente a Midori. Allí, en la bandeja, descansaba té y algunas pastas para acompañar. Asintió, mirándola aún con esa sonrisa, aunque quizás con el ceño levemente entristecido o preocupado.
- Sí, Ojou-Sama. Es ni más ni menos que por la tarde, exactamente las cuatro y media. Estás en el hogar de Kewari-dono.
Tras responderle a su pregunta, o eso creía, alargó sus manos al vaso y a la tetera, vertiendo en el primero algo de líquido verdoso, el cual echaba humo, lo que daba a entender que estaba recién hecho.
- ¿Le gustaría un poco, Ojou-Sama?
Midori negó con la cabeza, con sutileza y una agradable pero suave sonrisa en el rostro, ante su ofrecimiento de aquel líquido. Lo cierto es que no le apetecía nada, podría tomarse como un luto por su abuela. Cerró los ojos por un momento, le ardían de haber llorado aquella misma mañana.
- Kewari-Dono... ¿Es él el que me ha traído aquí?... ¿Cómo te llamas?
Lo dijo de la forma más amable o suave que pudo. Quién sabe si haría bien al preguntar, quizás donde estaba era en la casa de los que la buscaban....Los que la buscaban...
De pronto Midori hizo un gesto brusco, buscándose en el pecho el colgante. Recordó de pronto que lo había tirado al suelo, y que lo había dejado en la habitación con su abuela. Si era así, quizás estaba a salvo... ¿No? Ya sin el colgante no tendría de qué preocuparse. Pero lo cierto es que, aunque fuese a causa de otra cosa, se sentía extrañamente débil, muy débil. Cansada y sin fuerzas, como si no hubiese dormido nada en días. Y aunque ella no podría verse, lo cierto es que en su rostro se reflejaba aquel agotamiento, las ojeras, el color de su piel...Todo en general. La mujer desvió la mirada, dejando el té nuevamente sobre la bandeja.
- Hai...-dijo mas como afirmación que otra cosa.- Mi nombre es Haru... Y quien le ha traído aquí no es Kewari-Dono, si no...
Pero no terminó la frase, cuando la puerta por donde aquella sirvienta había entrado, se deslizaba hacia un lado una vez más. Esta vez, para dejar paso a un chico bastante alto y atractivo, aunque con ropa no muy limpia, pero la oscuridad en ella hacía que se disimulara bien. Sus ojos, hasta ahora cerrados se abrieron una vez más, y se clavaron en los rojizos de Midori como dos puñalesori. Esos ojos dorados y afilados, adornados por flequillos oscuros... Era él. A Midori le dio un vuelco el estómago al observar quién entraba por la puerta, no reconociéndolo en un principio, pero luego, al ver sus ojos, de nuevo el mundo le dio la vuelta y parecía haberse quedado boca abajo. Era como un libro abierto, pues su expresión de sorpresa y nerviosismo se reflejaba en sus ojos, y en su mirada. Medio se arropó con una manta que la había cubierto desde que se levantó, casi que hasta por la barbilla, frunciendo levemente el ceño y desviando la mirada.
- Haru... Kewari te ha llamado. Deberías ir.
Dijo él, con la misma seriedad de hacía un rato, mientras se echaba a un lado para dejarle paso a la sirvienta, quien no reaccionó en un principio, pero que se apresuró a obedecer., dejando allí la bandeja. Midori vio por el rabillo del ojo como la mujer se iba de allí, y en voz alta, por encima de la manta, se despidió:
- ¡G-Gracias por la bandeja, Haru!
Volvió a cubrirse con la manta luego, volviendo a fruncir el ceño, mirando a un lado. Quería dejar de aparentar ser una niña dolorida y débil. Para ser la primera vez que lo veía, no había hecho más que huir y llorar. ¿Pero por qué demonios le importaban esas cosas? Estaba cansada, de mal humor, y su abuela había muerto. Y aún así se medio preocupaba por lo que podía pensar de ella un desconocido. Arrugó la nariz en ese pensamiento, y cogió aire para decir, lo más seria que pudo, no queriendo que la tomasen por una chica insegura y débil, aunque lo era. Pero si estaba secuestrada no podía dejarse ver de esa manera, o eso es lo que ella había aprendido de todas esas novelas que había leído alguna vez.
- ¿H-Has... sido tú quién me ha traído aquí?
Desde donde el chico se encontraba, incluso, podrían verse las ojeras y el decaimiento en el rostro de la joven. El chico la miró en silencio, la escuchó incluso. ¿Intentaba hacerse la fuerte con él? ¿Por y para qué? Nunca comprendería del todo a los humanos. Suspiró, cerrando los ojos y caminando lentamente hasta la chica, para una vez a su lado, clavar una rodilla en el suelo agachándose, tal y como si fuera el príncipe azul que cualquiera esperaría. Hasta entonces no abrió sus ojos, pero esta vez los clavó en la bandeja.
- Creo que deberías de comer algo.- dijo así, sin más, quizás ignorando en un principio su pregunta.- Tienes mala cara.
Él sabía, o suponía al menos la razón de ello, pero quería ver primero algunas de sus reacciones. Quizás por pura curiosidad. Midori dejó escapar un leve suspiro. Otra vez evadía sus preguntas, y ella ya no estaba por la labor de preguntar más. Quizás era el cansancio, pero suponía que se había rendido. De cualquier manera, lo de su abuela seguía reciente y dando vueltas en su cabeza, y casi que eso suponía dejar de pensar en muchas más cosas, como por ejemplo, en el hecho de que la haya dormido de aquella manera, si es que no había sido un sueño, que la trajese allí, y numerosas cosas más.
- No tengo hambre...
Dijo, esta vez mucho menos "dura", si es que antes lo llegó a ser, intentando ignorarle a él también, cerrando los ojos y manteniendo la cabeza gacha, abrigada aún. Solo quería que se marchara, a no ser que fuese a matarla. Cosa que agradecería en aquel momento. Él miró al techo, pensativo, quizás, en un gesto que era semejante a un rodar de ojos, pero no tan desagradable. Volvió a mirarla a ella, y alzó muy levemente las cejas.
- ¿Tienes frío?
Fue su pregunta, de lo más simple... O quizás solo quería que se diese cuenta de algo. De que se sentía bastante mal....y que pensara en el motivo. Ella simplemente negó con la cabeza. Tampoco le apetecía hablar demasiado, y menos con él. Quizás eran resentimientos idiotas, pero al fin y al cabo, no se sentía bien en general. Quizás sí que tenía frío. Se llevó la mano al pecho, algo que tenía como costumbre, pero no llegó a tocar nada. Entonces volvió a recordarlo. Entreabrió los ojos, aún cabizbaja, clavando su mirada en el suelo.
- ¿Qué has hecho con él? ¿Lo has destruido, se los has dado a quienes han matado a mi abuela, o te lo has quedado para ti?
No iba a molestarse si quiera en preguntar el por qué de tanto alboroto por un collar. Ya ni siquiera estaba segura de si quería saberlo. Él, al fin, sonrió, aunque levemente. Cerrando los ojos por un momento, para sacar de su bolsillo algo....Primero, se vio una especie de cadena, y luego, al final, una piedra especial. Se la ofreció sin más. Parecía imposible, pero estaba increíblemente limpia, a pesar de estar antes bastante sucia de la propia sangre de su abuela.
- Es tuya, siempre ha sido tuya y siempre será tuya. Deberías cuidar bien de esta cadena.
Bajó su mirada hacia esta, entrecerrándola una vez más, esperando que ella la cogiera. Solo esperaba que se sintiera mejor al tenerla puesta. Y ella abrió algo más los ojos, desviando la mirada. Primero a los ojos de él, y a su sonrisa, aunque no aguantó la mirada ni dos segundos. Luego la desvió hacia el collar. Su collar. Frunció levemente el ceño al verlo. Parecía dudar de si cogerlo o no.
- Es...Ese collar es la causa por la que ahora estoy sola. Han matado a mi abuela por mi culpa, no merezco llevarlo. Además, tampoco sé qué tan importante es, ahora ya no vale nada. Quédatelo, ¿No es lo que andabas buscando?...
Quizás esas preguntas no iban en serio. Total, sabía que no se las iba a responder. Lo que sí era cierto es que se sentía culpable por todo lo que había pasado. Pero quizás, para sorprenderla una vez más, él cerró su puño con el collar dentro y comenzó a hablar.
- Eres egoísta, Midori. Dices lo que piensas, pero no sabes nada. No sabes por qué murió tu abuela, o si lo sabes, pero lo niegas. Ella lo hizo para protegerte.-Esta vez profundizó más su mirada en ella, levemente enfadado, la única muestra que había dado de que quizás y solo quizás, no siempre era tan indiferente.- Y no, no es lo que andaba buscando. Como en un principio te he dicho, esto siempre te perteneció a ti. -Respondió tajante, mientras le tiraba el collar prácticamente a las manos, y se incorporaba, dándole la espalda. - Más te vale que el collar no caiga en las manos de nadie más, o que nadie lo destruya. Solo será peor para ti, y tu abuela habrá muerto en vano.
Midori abrió los ojos esta vez de par en par. Sus palabras resonaban fuerte en su cabeza, no solo por la forma de decirlas, sino por el significado que llevaban. La chica casi ni se atrevía a levantar la mirada y mirarlo, incluso se sobresaltó cuando el colgante cayó en sus manos. Si podía sentirse peor, lo estaba haciendo.
- Yo....Lo siento...-Murmuró, casi que con miedo a su respuesta. No levantó la mirada, solo apretó con fuerza el collar entre sus manos, como si se sintiese bien con solo tocarlo.- Yo no sabía nada...Y sigo sin saber nada...N-No sé por qué murió mi abuela, ni sé qué tiene de especial este collar...Ni siquiera sé quién eres y qué es lo que quieres de mí...
Guardó silencio por un momento. Y sus ojos parecían haberse abierto aún más. Esta vez, levantó la mirada hacia el chico, pareciendo asustada incluso.
- H-Has dicho Midori...Yo me presenté como Rin......
Él suspiró esta vez, aunque muy débilmente. Ahora era obvio que él sabía algo más. Pero quizás lo dijo a propósito, quien sabe. La miró por encima del hombro, dibujando una muy leve sonrisa, que quizás ella ni si quiera podía ver.
- Tienes razón, Midori. Y yo ni si quiera me he presentado... ¿Verdad? -alzo una ceja, girándose de nuevo a ella, y desde esa altura, murmuro con voz grave y segura.- Zen. Mi nombre es Zen.
Quizás ahí ya tenía una de las respuestas que tanto ansiaba la chica.
- Póntelo.
Murmuró simplemente, mientras miraba al collar de entre sus manos. Midori se puso el collar con toda la rapidez del mundo, levantándose de golpe de aquella especie de colchón, aún mirando al chico con los ojos abiertos de par en par. Parecía como si quisiese salir corriendo de un momento a otro. No le quitaba los ojos rojizos de los de él, por mucho que le diesen miedo.
- ¿Qué sabes de mí? ¿Qué buscas? ¿Qué tiene de especial ese collar? ¿Por qué me persiguen, quienes? ¿Podrás decirme algo de todo lo que te he preguntado, o volverás a esquivar mis preguntas........Zen....?
Su nombre lo dijo más despacio, suave y bajo, como si sintiese que había sido demasiado rápida en decir todo aquello y en soltarlo todo de golpe. Hizo una especie de reverencia, inclinándose hacia delante, en señal de disculpa.
- Y-Yo...Lo siento, no tienes por qué.......
Dejó la frase en el aire. Claro que tenía que contarle todo aquello, pero ella era demasiado buena como para exigir nada. Zen miraba al suelo mientras ella exponía sus sentimientos en voz alta. No pareció ni importarle ni extrañarle lo más mínimo. Era obvio y normal. Cerró los ojos entonces cuando ella terminó, volviéndose una vez más para quedar enfrente totalmente. Se acercó unos pasos, hasta postrarse a centímetros de ella. Llevó su mano a la barbilla de la chica, obligándola a que se incorporara, y le mirase, pero no con brusquedad. Midori, al notarlo acercarse, se quedó en la misma posición, como con miedo, quizás. Y no es de extrañar, lo conocía del día anterior, y su primer encuentro fue poco agradable, al menos para ella. Al notar cómo le levantaba la barbilla sus ojos, bien abiertos, volvían a demostrar miedo o nerviosismo, una mezcla de ambas. Quizás porque se había vuelto a acordar de cómo se durmió el día anterior, o al menos, del sueño que había tenido al respecto.
- Veo que estás mejor. Desde el color en tus mejillas, hasta la voz. Noto tu mejoría.
Tras decir esto, guió su mirada hacia el colgante de la chica, sonriendo como siempre, leve. Al parecer quería mandarle una indirecta bastante directa... Y esa era que el collar tenía que ver con su salud. No dijo nada más. A él le gustaba ir por orden. Y aunque Midori era un tanto idiota a veces, aquella indirecta sí que la había pillado. Es más, se sentía bastante mejor ahora que cuando se habia levantado. Sujetó el collar entre sus dedos, mirándolo, para luego volver a mirar a Zen, como esperando un gesto o una respuesta.
- Cuando...Cuando dices que el collar solo me pertenece a mí, ¿Estás diciendo que sin el collar mi salud empeora? ¿Es una cura para alguna enfermedad, y por eso me lo dio mi abuela?....
Ahora parecía estar más tranquila. Zen cerró los ojos, al parecer medianamente feliz de que la chica se diese cuenta de su indirecta.
- No mentía al decir que tu abuela siempre ha hecho lo mejor para protegerte.
Y como siempre desde que lo habia conocido, hablaba en afirmaciones. La soltó lentamente al ver que se ponía nerviosa, y dejo caer su mano.
- No, empeorar no... Digamos que ese collar es una parte de ti. Y no puedes perderla, por nada del mundo. ¿Te gustaría perder... Un brazo, por ejemplo?-al decir esto, alzo una ceja, dando a entender que aquello era importante, y quizás más, mucho más importante que un brazo.
Midori negó con rapidez con la cabeza. Quién sabe, no lo conocía, a lo mejor Zen le cortaría un brazo para demostrárselo. Aunque no parecía ser tan agresivo...Al menos, no ahora. La chica miró su colgante, dándole vueltas entre sus dedos, para volver a preguntar, despacio y tranquila de nuevo, o al menos intentando mantener la calma.
- ¿P-Podrías decirme...Qué soy exactamente? ¿Cuál es la función de este collar y por qué mi abuela jamás me contó nada de esto?
Tragó saliva, mirándolo. Solo esperaba no haberse pasado con las preguntas. Ahora que sabía un poco, quería conocer el resto.
- Solo si bebes el té.
Aquello fue más bien una orden. Se separó un poco de ella, para ponerse de rodillas en el suelo, y coger ese vaso de té para probarlo, sabiendo que aún estaba en su punto. Por eso esta vez fue él quien derramó té aún caliente sobre el segundo vaso. Sin si quiera mirar ahora a la chica. Quería alimentarla, y tenerla bien antes de contarle todo lo que tenía que saber. Ella arrugó un poco la nariz. Bueno, suponía que al menos algo tendría que beber. Y más aún si así conseguía que le contase lo que quería oír. La chica se sentó, a su lado pero guardando las distancias. No sabía si eran nervios, vergüenza, o miedo hacia él, sabiendo que era algo así como un "hechicero", o algo parecido.
- Está bien...
2.2 Bajo el árbol de cerezo
Aquella vez, en cuanto ella se tomó el té, como él quería, al final solo le contestó con un quizás algo misterioso ''Todo lo que quieras saber el tiempo te lo dirá.... O si lo prefieres, tendrás que responderte tú misma''. Esa fue su única respuesta, y tras ello, se marchó. No le había dicho nada más, para ser sinceros. Quizás se negaba a decirle todo aquello de repente, porque pensaba que lo captaría mal, y entonces todo terminaría mal... O bueno, quizás habría otras razones, pero como daba a entender, eran suyas, y nadie más que él tenía que saberlo. Él solía trabajar solo... Incluso aunque el trabajo fuese para alguien más. Quizás quería que ella se hiciere fuerte para saber la verdad poco a poco. Qué diera pequeños tropezones de los que pudiera levantarse, y no una caída de la que nunca pudiera recuperarse. O así lo pensaba él, pero obviamente... Desde fuera se podría ver de otra manera, como que lo que hacía era jugar con ella. Tampoco es que Midori lo volviera a ver en días, quizás cuatro o cinco. Kewari-Dono, y su sirvienta, Haru, fueron prioritariamente quien se encargaron de la chica, quizás obedeciendo órdenes directas del mismo Zen. Le habían ofrecido comida, ropa, alojamiento...E incluso la mejor amabilidad, al menos de parte de Haru. Pero tal vez aquello no igualaba ni por asomo el cariño de su abuela, quien había muerto hacía tan poco tiempo que prácticamente Midori aún no lo había asimilado.
Por supuesto, Midori no se había conformado con su respuesta. Incluso después de que él se fuera, algo que no sabía si realmente le molestaba, o si se aliviaba por ello, Midori intentó buscar las respuestas por su cuenta. Solo tenía contacto directo con Haru, y las veces que le preguntaba a la mujer o no respondía, o no sabía qué responderle. Y por supuesto, no podía preguntarle directamente a Kewari-Dono, el dueño de la casa, un hombre cercano a los cuarenta o cincuenta años, marcado por arrugas, un ceño fruncido y unas pobladas cejas. También tenía las pupilas rasgadas en unos ojos rojo oscuro. Era un hombre alto y del todo intimidante, y en esos días, a penas había cruzado un par de palabras con él. No parecía ser el tipo de persona que le gustase demasiado hablar. Y Midori ni siquiera sabía qué es lo que eran, él y Zen, el por qué de esas pupilas rasgadas. También se preguntaba si Kewari-Dono tendría también poderes sobrehumanos, como había demostrado tener Zen. Pero esas y otras tantas preguntas no tuvieron respuesta, no en esos días, pues lo poco que Midori se atrevía a preguntar, no llegaba a ser respondido, ni por Haru, ni mucho menos por Kewari- Dono. Aunque agradecía la amabilidad de Haru, y en esos días quizás sintió un poco de calidez por su parte. Aun sin conocerla la había estado animando por lo de su abuela, dato que sabía sin ella haberlo contado, pero que no se cansó de agradecer su apoyo en ese tiempo, e incluso empezó, en tan pocos días, a sentirla más cercana a ella que a muchos compañeros de clase. Por más que Midori fuese conocida en el instituto, y siempre estuviera rodeada de gente, normalmente se sentía vacía. Solo su abuela podía hacerla sentir algo más completa, y ahora todo eso se había perdido. Es por eso que confió en Haru tan pronto, poque ella conseguía hacerla sentir un poco de esa forma.
Lo único que Midori sabía sobre la petición de Zen, quien parecía ser el lídero de Kewari-Dono, incluso aunque fuese menor en edad, era que tenía terminantemente prohibido salir de la propiedad. Y es por eso que, al menos y siendo Midori como era, le suplicó a Haru que al menos la dejase ayudar con las tareas que tuviese que hacer. Al principio Haru se negó, pero finalmente, incluso Midori tenía permiso para salir de su habitación a hacer las tareas de la casa, siempre sin salir de ella. Y allí estaba, ese día lavaba los hakama por fuera de la casa en una pileta, bajo el gran árbol de cerezo que dejaba caer una inmensa cantidad de pétalos ante las ráfagas de viento. Le gustaba ese color, el cerezo, en cierta forma le recordaba a ella misma. Y al menos, mientras pensaba en eso o en las tareas que tenía que hacer, no pensaba en Zen y sus dudas y miedo sobre él, o en su abuela y su ausencia.
Pero quizás para arruinarle el momento de paz, pronto se encontraría con él. Un viento más fuerte pasó, bastante brusco como para que la chica cerrase los ojos. Muchos pétalos más del cerezo cayeron al suelo, unas antes qué otras. Algunas aún quedaron suspendidas en el aire cuando el viento se amainó. Los largos mechones bicolores de la chica se movieron con violencia ante aquella ráfaga de viento, incluso metiéndosele en los ojos. Por ello, los cerró, dejó los hakama dentro de la pila y se llevó las manos al pelo para apartárselo del rostro. Casi enfrente de ella apoyaba su espalda en la pared un chico de vestimentas oscuras, y abrigo largo de la misma tonalidad. Estaba cruzado de brazos, y sus flequillos también oscuros caían entre sus ojos cerrados. Quizás, primeramente podía parecer incluso algo tranquilizador, pero no cuando se podía pensar que solo hacía unos segundos ni si quiera estaba allí. Tras un par de segundos, entreabrió los ojos, dejándolos clavados en el suelo, o mejor dicho, en los pies de ella. En torno del cuerpo de la chica estaban todas las hojas del cerezo que habían caído antes. Ya ninguna quedaba por el aire. Sin subir la mirada, o hacer un gesto más, dijo a modo de saludo.
- Midori.
Solo y llanamente eso. Pestañeó solo una vez, antes de subir su mirada de color del oro hacía la casi rojiza de ella. Sus ojos, aun de día, seguían siendo escalofriantes por esa pupila rasgada, que se asemejaba a un gato, o a un monstruo. En cuanto el viento amainó poco después, la chica en lo primero que se fijó es en la inmensa cantidad de pétalos. Pero al subir la mirada, no esperó encontrarse con Zen de frente.
- ¡Z-Z-...Zen!
Exclamó, poniéndose erguida y bajándose las mangas, que se había remangado para lavar la ropa. Tragó saliva, procurando no mirarlo a los ojos, pues seguían poniéndola nerviosa, e incluso le seguía dando miedo. Pero ese último pensamiento hizo que Midori carraspeara, se colocase el pelo tras la oreja e intentase fruncir un poco el ceño, como queriendo aparentar que él no le daba nada de miedo, ni él ni la situación que desde luego aún no entendía.
- Por fin apareces….
Dijo, sin más. Y aunque se moría de curiosidad, no iba a preguntarle dónde había estado. Seguía siendo su enemigo, ¿No?Y si no le respondía a preguntas más importantes, ¿Porqué iba a responder a esa?? Zen solo alzó una de sus cejas, de modo leve tras aquel comentario. Ni si quiera se dignó a responderle con otro, al menos, en ese tema. Guió su mirada hacía la pila de ropa, y sobre todo hakama que la chica tenía a su lado. ¿Es qué se estaba encargando de las tareas del hogar? Quizás luego debería hablar un poco con Kewari... Pero no hizo ningún gesto como para que la chica supiera qué era lo que se le estaba pasando por la cabeza. También se fijó en que seguía con el collar puesto, y que su tono de piel seguía sano. Pero tampoco dijo nada. Se echó hacia adelante, separándose de la pared, para acercarse a ella, con pasos lentos, pero no por ellos dudosos o algo por el estilo, sino más bien, tranquilos.
- Veo que el color en tus mejillas persiste. Eso quiere decir que te encuentras bien... Me alegro.
Comentó, sin expresión de sentimiento alguna. Pero realmente parecía indicar que estaba siendo sincero, y no irónico o algo por el estilo. Quizás ese seguía siendo su recibimiento... Quién sabe. Para él, realmente, lo que le gustaba más de Midori era ese color rosado de su piel, el que indicaba que estaba sana, pues después de todo, era lo principal que le preocupaba. Su salud. Tenía que protegerla, aunque ella lo viese como un simple secuestrador. Y tampoco la culpaba, no le había dado motivos para pensar lo contrario. Alzó una mano hacía ella, menguando sus pasos. Y sin más, le cogió un mechón de pelo y sonreír débilmente, y de lado.
- Tu cabello sigue también igual de colorido.
Tras ese otro comentario, cerró sus ojos, dejando escapar aquel mechón de entre sus dedos con suavidad. La chica titubeó un poco, intentando decir alguna palabra sin sentido que no llegó a ser pronunciada, pues lo que más le sorprendía fue que su comentario hiciera alusión a su salud. Y eso la desconcertaba. No le explicaba nada, aparecía siempre de pronto, sin avisar, y siempre donde estaba ella. Parecía preocuparse por algún motivo que no entendía, pero por otra parte, cuando se conocieron, su actitud había sido bastante menos empática hacia ella. O eso es lo que ella creía. La chica estaba llena de dudas al respecto, y todas ellas se contradecían unas con otras.
- S-Sí...Bueno…-Logró decir.- No me he quitado el collar en todo este tiempo y…Supongo que es por...Eso….
Quiso echar a correr, como no, siempre estaba huyendo. Pero no lo hizo. Sin embargo, no fue capaz de mirarle a los ojos, siempre mantuvo sus rojizos ojos fijos en el suelo, incluso cuando él cogía su mechón de pelo, ella simplemente se quedó callada ante aquello, dejando escapar un suspiro tenso de entre los labios. Y aún sin mirarle, en cuanto él soltó su mechón de pelo, dijo:
- ¿Qu-Quieres algo de mí? …
Para ella era una pregunta normal, pues no se esperaba que el chico apareciese allí, así, sino que más bien pasase de largo, ignorándola como siempre, y yendo a hablar con Kewari-Dono o algo por el estilo. Ante aquello él volvió a sonreír con levedad, aun sin abrir los ojos o sin hacer algo más con los comentarios de la chica, con sus ocurrencias. Lo veía quizás algo divertido... Quién sabe. Sin venir a cuento, y sin abrir los ojos, guió esta vez la mano hacia su pómulo, acariciándolo levemente, para acercar también su frente a la de ella, y susurrarle aun sin abrir los ojos, con todo su flequillo medio tapando estos... Quizás no quería darle miedo a causa de ellos.
- Lo único que quiero de ti es que estés a salvo.
Aún no le diría que tenía que protegerla, aunque quizás si se ponía a pensarlo era de lo más obvio con esa frase. Pero de nuevo, quizás quería qué lo hiciera ella por su cuenta. De alguna manera ya le estaba contestando a preguntas, aunque ella no lo entendiese. Entonces abrió levemente los ojos, aunque fijándolos en el suelo, y se separó tranquilamente, como todos sus actos. Y esta vez subió la mirada, para mirarla, frío, aun a pesar de haberse acercado antes de esa manera.
- Me parece bien que no te hayas quitado el collar. Es lo que debías hacer.
Comentó esto último sin si quiera mirar el colgante, solo a sus ojos, fijamente, además. Pero quién sabe, si la chica era demasiado tonta como para darse cuenta, si realmente necesitaba pensarlo en frío, o…Si realmente quisiera que fuese él quien le contestase esa pregunta. De cualquier manera, si no era así, serían suposiciones basadas en hechos, y Midori no quería equivocarse al suponer cosas como esas. Su mundo se paró al notar cómo se acercaba, y lo primero que pensó fue en que se quedaría dormida de nuevo, aunque sinceramente, no entendía cómo era eso posible o si no había sido más que un sueño, de lo que estaba ya casi segura. Abrió de par en par los ojos al notar como susurraba aquello, y un escalofrío le recordó la espalda. Midori había sido siempre tan pura porque jamás había vivido situaciones por el estilo, y aquello le ponía demasiado nerviosa. Y… ¿Qué había sido aquello, aquellas palabras? ¿Por qué…? ¿Por qué, si se preocupaba de ella, no había aparecido antes? ¿No había salvado a su abuela? De nuevo, miles de preguntas resonaban en su cabeza, pero Midori no llegó a pronunciar ninguna. Y cuando se quiso dar cuenta, él ya había separado. Ella alzó la mirada a sus ojos por primera vez desde que llegó. ¿Por qué tanta frialdad ahora…? La joven, aunque inconscientemente, se había llevado las dos manos al pecho, a su collar. Quizás en un acto reflejo, dejando claro que no se fiaba de él…Aunque ni siquiera sabía si aquello era así. Además, también de forma inconsciente, la mirada de Midori parecía triste de alguna manera, y a saber por qué motivo. El viento volvía a azotar el lugar, levantando los pétalos y meciendo el pelo de ambos. Midori bajó la mirada de nuevo, hacia un lado.
- No lo perderé… Ahora que sé que mi abuela quería que yo lo tuviese siempre.
- Así es.
Murmuró Zen respecto a ese comentario que ella hizo, mientras asentía con tranquilidad. El viento le hizo entrecerrar sus ojos dorados. Entonces alguien más interrumpió la escena. Una mujer en kimono rosa que se aproximaba a paso ligero, aunque fue menguando los pasos, aun con sus ojos abiertos de la sorpresa. Esa mujer era Haru.
- ¡Zen-Sama...! Creí que se trataba de Kewari-dono... ¿No está aquí? Lleva desde ayer sin aparecer...
Murmuró la mujer, mientras agachaba la mirada al suelo. Zen frunció levemente el ceño mirándola de reojo. ¿Que allí no estaba Kewari? ¿Dónde demonios se habia metido...?
- ¡Ha-Haru!
Exclamó Midori, alegre a simple vista solo por el hecho de ya no estar a solas con Zen. De cualquier forma la ponía nerviosa. Entristeció levemente el ceño al verla bajar la mirada, sabía que más que su "amo", Kewari-Dono era importante para ella, y la entendía. Midori llegaba a ser tan pura y de alma buena, que incluso podría ser tachada de demasiado empática. Miró hacia Zen entonces. El viento también agitaba el pelo de la chica, y a decir verdad se veía bonito con los pétalos revoloteando con cada ráfaga, del mismo color que el de ella, blanco y rosa plano.
- Zen...-Sama...-Añadió, por primera vez. Ahora que lo pensaba, parecía ser bastante importante como para que Haru lo tratase así. Así que ella haría lo mismo, al fin y al cabo era casi un desconocido.- ¿Puede haberle pasado algo a Kewari-Dono?
A decir verdad, Kewari era uno de su escuadrón, uno de los que le obedecían como superior. Por ello mismo, Zen le mandó a que la protegiera a ella, a Midori, mientras el mismo estaba ocupado. Sabía que Kewari era capaz y capataz. Y con Haru sería también más fácil, podría hacer al menos amistadcon esta. Zen era consciente de la amabilidad de la mujer. Quizás incluso era otra cosa planeada por él, quien sabe... Pero aquello no le gustaba. Kewari no le habia avisado de nada, cosa que siempre hacía. Sobre todo si ya estaba metido en otra misión, en una tan importante como era cuidar a Midori. Eso le molestó. Demasiado. Y no pudo evitar apretar el puño, y con ello hacer unas fracturas en el cristal de la ventana de al lado. Aunque cuando cerró los ojos, estos pararon, y fue algo de lo que ni siquiera Haru o Midori pudieron darse cuenta. Sin más Zen pasó por delante de las chicas. Aquello no le gustaba en absoluto. ¿Podría Kewari haber caído en manos enemigas? Si ese era el caso él debería hacer algo. Pensativo en ello, avanzó un par de pasos, dispuesto a marcharse sin tan siquiera decir nada. Pero en ese momento escuchó cómo Midori lo llamaba de esa manera, y le decía aquello. Por lo que abrió los ojos, quizás algo más de lo normal, pero le duro poco, pues luego volvió a entrecerrarlos, y ni siquiera la miro para responder.
- Iré a buscarlo.
Si, y como siempre, su respuesta respondía y a la vez no respondía. Midori frunció levemente el ceño, aunque no en una expresión enfadada, ella no solía enfadarse. Más bien era una mezcla de molestia, preocupación, y tristeza. Aunque fuese algo raro, el caso es que Midori siempre se mantenía apacible, tranquilizadora y dulce. Fue hacia Haru, esperando al menos que su compañía le aliviase la preocupación. Se fijó en los cristales, aunque no llegó a escuchar el sonido de estos quebrándose, se fijó en las pequeñas grietas...Y juraría que aquello no estaba antes allí. Aunque tampoco lo asoció a Zen. Miró a Haru, luego a Zen, y añadió una débil pero dulce sonrisa a su rostro, mirando a Haru de nuevo, intentando animarla al menos.
- Ne, Haru-San, verás cómo solo se ha ausentado un poco. ¡Seguro que no le ha pasado nada!...Además...Zen...-Sama ha dicho que irá a buscarlo, ¡No te preocupes!
Como siempre, aunque ella estuviese mal o con millones de preguntas en la cabeza, intentaba mirar antes por el bien de los demás. Zen no se fue del todo. Se quedó para escuchar esos comentarios de Midori hacia Haru... Y cuando acabó, vio como Haru abrazó a la pelirrosa en un gesto de agradecimiento. Por lo visto, se habían hecho muy amigas en tan pocos días... Midori... Esa chica era especial, no se habían equivocado ni él, ni la supuesta abuela de ella. No se habían equivocado. Sin duda era ella. Cerró los ojos, sonriendo muy levemente. Y se giro hacia ellas, poniendo la mano en el hombro de Haru. Y abriendo los ojos para fijarlos en ella. Sabía también que Kewari era importante para ella... Y él no era de hacer aquellas cosas... Pero digamos, que ese día haría una excepción. Entrecerró sus ojos, borrando su leve sonrisa para hablar.
- Me iré ya. Espero poder encontrarlo antes de mañana.
Pero como de costumbre, aquella frase sonó muy fría. Más que nada por ser quien era, por el tono de su voz, y por esa mirada que hacia todo lo demás. Al final cerró los ojos, separándose. Ya podía irse tranquilo, y esperaba que las chicas estuvieran bien solas en la casa.
2.3 Una verdad agresiva
Midori correspondió al abrazo de Haru, cerrando los párpados con fuerza ante aquello. Como ya se sabía, Midori era demasiado empática. Cuando Haru se separó, parecía seguir estando triste. Pero en cuanto Zen habló, su expresión pasó de triste a sorprendida, al igual que Midori, que miraba algo más separada de Haru al chico, aprovechando que él no fijaba sus ojos en ella. Quizás era el único momento en el que podía mirar a sus ojos sin sentirse incómoda, nerviosa o asustada. Haru asintió ante aquello, viendo luego las dos como él se separaba para marcharse ya. Midori no dijo nada, se limitó a mirar hacia a un lado, al menos un par de segundos, y luego llevarse a Haru dentro, quizás para terminar de hacer sus tareas compartidas y que Haru se distrajese en pensar otra cosa. Zen acabó por irse. Y ya no se volvió a ver, por lo menos en unas horas, quizás dos o tres... Las chicas se habían entretenido en sus cosas, en tareas, y deberes de la casa. Después de todo, estaban ambas solas, y no podían salir del lugar si quiera sin permiso de Zen, o Kewari.
Ya había anochecido. Haru habia salido solo un momento al jardín para recolectar unas yerbas, para hacer un té que le habia prometido a Midori, pero entonces escucho unos ruidos... Y no pudo evitar tensarse, nerviosa, dejando de hacer tales cosas para clavar su mirada en el lugar de donde a ella le había parecido escuchar el ruido.
- ¿Q-quien...anda ahí?
Casi sin pensarlo fue corriendo hacia dentro, llamando a Midori. Ella, quien vestía ahora con ropa más cómoda, y una tela en la cabeza a modo de turbante para recogerse el pelo, vino corriendo con un trapo y un cubo al escuchar las llamadas de Haru, ya que estaba limpiando las habitaciones del otro extremo de la casa, que ciertamente, era bastante grande.
- ¡Haru! ¿Te ha pasado algo? ¡Parece como si hubieras visto un fantasma!
La chica parecía preocupada, soltando el cubo y el trapo en el suelo, además de quitarse el turbante y colocarse bien el pelo, mirando a Haru con nerviosismo y preocupación, típico en Midori. Haru la tomó por la parte alta de los brazos, con los ojos abiertos más de lo normal y el ceño fruncido de forma de preocupación.
- Mi-Midori-san.... E-es que... Quizás sea una tontería p-pero...... Afuera escuché ruido y me a-asusté... Y bueno... P-Pero quizás sea Zen-Sama que ya haya llegado y...o-o... Puede que sea Kewari-Dono....
Pero algo la interrumpió de nuevo, un nuevo ruido, bastante brusco, y luego algo parecido a un disparo. Las dos chicas dieron un grito, sobresaltadas por aquel disparo bastante cerca de la casa. Midori frunció el ceño, lo poco que había estado allí no había visto nunca a Zen con armas, quizás se equivocase, pero tampoco recordaba ver a Kewari-Dono con armas de fuego. ¿Sería uno de esos extraños tipos enmascarados que encontraron en su casa? ¿Vendrían a por ella? ¿O si era aquel tipo de pelo blanco y ojos rasgados? Por lo visto Zen y Kewari eran lo mismo que él...¿Y si había más y querían su colgante de nuevo? Pero como siempre, su instinto de sobreprotección era superior a su instinto de supervivencia, no por nada Midori era un alma pura.
- Haru...Escóndete en el sótano y no salgas, ¿Ne? Yo iré a comprobar si es Kewari-Dono o Zen...
Pero tras ello se escuchó una risa chirriante y cada vez más cercana. No, no era uno de esos extraños seres de pupilas rasgadas... Era un humano. Pero no de los normales, si no uno de los que sabían donde se metían, uno que sabía más de todo aquello de lo que aparentaba, o si no no estaría allí. De pronto y sin darle a tiempo a Haru para que dijese nada, las luces se fueron apagando, una tras otra, hasta dejar la casa por completo a oscuras. Midori se quedó en silencio al ver como todas las luces se apagaban. Se llevó la mano al colgante, sujetándolo con fuerza, para luego metérselo por dentro de la ropa que llevaba puesta, a la altura del pecho. Frunció levemente el ceño, bastante cerca de Haru, como si así pudiese protegerla de alguna manera...Y entonces pasó
- ¿Quien se va a esconder en dóóóóónde...?
Aquella irritante voz se escuchó proveniente de algún sitio de la habitación, oscura ahora. Pero no era de Zen o de Kewari...no. Era una que ninguna de las dos chicas habían escuchado antes. Se escuchó el rodar de unas cadenas, y entonces, en un movimiento rápido, Haru puso a Midori tras suya, y...Se escuchó un disparo. Un disparo que le dio a Haru en el hombro, pero que en un principio iba dirigido a Midori. Ella escuchó aquel disparo, notó como Haru la apartaba antes de ello, y sin que se diera cuenta, el grito de Haru le indicó que le había salvado la vida...A costa de ella misma.
- Ha-Haru........
Eso fue lo único que pudo murmurar. Mientras se acuclillaba al lado de una Haru inconsciente, al parecer aquellas balas no eran normales, siendo tan idiota de darle igual si aquel asesino seguía allí, plantado, y apuntándolas. No, no quería perder a otra persona querida. No otra vez. Haru era ahora quien mejor la entendía, quien siempre estaba con ella después de lo de su abuela. No quería que otra persona muriera por su culpa...Midori frunció el ceño, demasiado en shock como para llorar, mientras que, acuclillada, alzó la vista para ver si podía localizar a aquel tipo.
- ¡¿Qué quieres de nosotras?! ¡¿Quién eres?!
Nadie contestó en un principio las preguntas de la chica. Solo se escucharon más pasos en aquella oscuridad. Y luego silencio completo. Casi incómodo, y con el que cualquiera se tensaría. Entonces de improvisto, la chica pudo sentir cómo tiraban de su pelo, y después cercano a ella encendían un mechero. Quizás para ver en la oscuridad.
- ¡JIAJIAJIA! Si es un cabeeello rooosa... ¡QUIZAS ERES QUIEN BUSCO!
El que gritaba parecía no preocuparse por nada más, si quiera de haber herido antes a alguien más o de si a Midori misma, a pesar de ser supuestamente el objetivo.
- ¡K-Ktch...!
Midori entrecerró los ojos ante el tirón de pelo, llevándose las manos a la mano de él, intentando que la soltase, pues realmente le hacía daño. Y ante la luz de aquel mechero, intentó observar su rostro, saber si lo conocía de algo o si simplemente era una cara que debería recordar a partir de ahora. Cabello celeste...Ni Zen, ni Kewari, eso era más que seguro. Ojos del mismo color, y cualquiera diría que rebosantes de locura. Ciertamente, a Midori le recorrió un escalofrío desde la espalda hasta la coronilla.
- ¡Suéltame!... ¡N-No soy yo a quien buscas!
Dijo, sin pensar. Claro que, si su objetivo tenía que tener el pelo rosado, cualquier cosa que dijese para negarlo iba a ser inútil. Divisó por el rabillo del ojo el cubo que había traído cuando Haru la llamó, y con los pies, derramó el líquido del mismo por el suelo. Intentó luego darle una patada en las piernas de aquel tipo, con la intención de que con el agua y jabón del suelo, éste se resbalase y ella pudiese al menos quitarle la pistola. Pero este en vez de resbalarse, lo que hizo fue enfadarse por la acción de la chica. Y sin pensárselo si quiera al parecer la soltó del pelo, pero solo para cogerla por el cuello de la camisa y tirarla contra la pared de enfrente cayera como cayera. Como si le hacia una brecha en la cabeza, no parecía preocupado por ello. Midori soltó un grito dolorido cuando chocó contra la pared. Se había hecho daño, pero no lo suficiente como para abrirse una herida o quedar inconsciente. Ignorando a la otra chica que yacía en el suelo, aquel tipo fue andando con tranquilidad hacia donde habia caído Midori, sin importarle si quiera si estaba consciente.
- ¡¿Cómo que no eres quien busco?! ¡Al menos eso no decía aquel viejo con aspecto de japonés antiguo! ¡Tenía un complejo de samurái que no me lo podía creer! ¡Ajiajiajaia!
- ¿¡Ke-Kewari-Dono!?.....
Cuando se recuperó del golpe, se apresuró a intentar levantarse y salir corriendo, al menos así alejaría a aquel tipo de Haru, si es que seguía viva, y la pondría a salvo. Midori tanteó, encontrando por fin la escoba con la que Haru limpiaba aquella parte de la habitación, y la sujetó con fuerza, preparada para darle un golpe para defenderse. Aunque su rostro, y la fragilidad con la que se veía su cuerpo, harían reír a cualquiera que la viese intentarlo. Echó a correr hacia el jardín, pero aquel tipo la siguió, quedándose en frente de la chica, mirándole con las cejas alzadas. Sin esperar mucho más se echó a reír con fuerzas.
- ¿Pretendes pegarme con eso? Bueeh... La misión era matarte o llevarte ante el jefe.......supongo que puedo hacer lo que me apetezca...
Entrecerró sus ojos celestes mientras de nuevo tiraba de unas cadenas plateadas en su cintura, donde estaba enganchada su pistola, para apuntar luego con ella a la chica.
- ¿Quieres decir algo antes de morir? -alzó una ceja, sonriente, esperando la reacción de la chica- Si no se te ocurre nada me vale con un "bye-bye".
La chica sabía que no haría nada con la escoba. Así que la soltó, mirando a aquel tipo con sus rojizos ojos, en una mezcla de tristeza y miedo. Ni siquiera en situaciones como esa, la joven perdía la pureza o su inocencia en el rostro, lo que la hacía ver, aparte de bella, frágil. Tragó saliva al ver cómo la apuntaba con la pistola. Y sabía entonces que iba a morir, porque ella no podía hacer nada para evitarlo. Dejó escapar un leve suspiro de entre sus labios, mientras que una fuerte ráfaga de aire mecía con violencia el pelo de ambos, dejando caer de nuevo todas aquellas flores de cerezo, ahora oscuras, como el pelo de la joven.
- Antes de morir...Solo quiero saber quiénes sois, por qué me perseguís, y por qué habéis tenido que matar a mi abuela para ello...
Él alzó una ceja. ¿Ni si quiera sabía de qué iba todo esto? ¿Y si no era ella a la que buscaba...? Bah. Si no era ella, tampoco pasaba nada por matar a alguien más.
- ¿Ni si quiera sabes de qué va todo esto? Dios mío... ¡Realmente lo que mereces es que te maten y ya! ¡Ajiajiajia!
Volvió a reírse, pero cuando se hartó, echó su cara algo hacia atrás, entrecerrando sus ojos celestes, y su sonrisa algo exagerada, desbordante de locura.
- Digamos que… No solo existimos los humanos, niña... También existe otra raza... Los Nodens. ¡Monstruos que intentan parecerse a nosotros, los humanos! ¿No es gracioso? Y esos asquerosos...-se paró para escupir al suelo, como acto de desprecio, y seguir hablando luego- Ellos quieren destruirnos, y nosotros a ellos, claro... ¡Por eso estamos en guerra desde hace décadas! Nosotros obviamente somos mucho más inteligentes... ¡Los que deberíamos vivir! Pero esos cabrones son realmente hábiles... Esos asquerosos bichos...... Bueno... Un día, una vez, alguien, no sé si era un tío o una tía, ni que me importara esa mierda... Esa "cosa" predijo que alguien nacería, una fuerza que sería o bien neutral y mataría a los líderes de ambos bandos... O bien se uniría a uno de los dos para destruir al otro.... -volvió a entrecerrar los ojos- Un..."Arma". Pero no voy a seguir contándote.... ¡Porque vas a morir en breves! Y si te soy sincero quiero ver ya tus sesos esparcidos por el suelo! ¡Ajiajiajia! ¡Así que...! ¡¡AHORA, DI BYE-BYE!!
Midori escuchó toda su historia, y sus ojos, a medida que él iba contando, se abrían más y más de la impresión y la sorpresa. ¿Un arma? ¿Cómo podía ser una persona un arma? No lo entendía, ni siquiera le sonaba haber escuchado jamás algo por el estilo. ¡Eso no aclaraba por qué la perseguían! Aunque, si lo pensaba, Midori comenzó atar cabos, a darse cuenta de que el collar era más importante de lo que creía, a pensar que entonces esa otra raza de la que hablaba podían ser esas personas de ojos rasgados, como Zen, Kewari, o el tal Spell que le atacó aquella fatídica noche. Por eso pensó que si Zen quería protegerla siendo ella una simple humana, sería por algo. El humano, los demás Nodens que la perseguían...Midori casi que había quedado en shock. Pero su despedida volvió a despertarla. "Bye bye", fue lo último que escuchó, e inmediatamente después cerró los ojos. Entonces aquel sujeto abrió sus ojos como platos y frunció el ceño. También estiro su sonrisa tanto como pudo. Todo su rostro denotaba una gran locura. Y...sin más, disparó.
Una ráfaga de viento aun más grande recorrió el ambiente. Pero... La bala no llego a tocar el cuerpo de Midori. Zen había aparecido de repente, prácticamente de la nada. Y sostenía la bala entre dos de sus dedos, aún humeante debido a la velocidad del disparo. Zen estaba de espaldas a Midori, y mirando amenazadoramente al chico de pelo celeste. Y sin si quiera esperar a nada más, destruyó la bala entre sus dedos, aplastándola, convirtiéndola en cenizas que también fueron llevadas por el aire.
- Z-Zen...-Sama.....
Murmuró Midori, ahora ni siquiera titubeó al decir el "Sama", pues en aquella ocasión, lo trataba con todo el respeto del mundo de forma inconsciente. Midori no se atrevía a moverse. Solo clavó sus ojos en él, en Zen. Él pudo escuchar cómo lo llamaba, pero ni si quiera se giró. Si quiera pareció importarle aquello, aunque quizás por dentro estaba contento de que Midori estuviera bien, si es que ese adjetivo podría dárselo alguna vez a una persona como lo era él. Lo que más podía apreciarse en él, era el peligro y la amenazante aura que desprendía su mirada, además de su típica frialdad espeluznante de sus estrechas pupilas. Pero él no fue el primero en hablar sino que lo hizo primer el otro...
- ¿Zen? ¿Tú....eres...? ¡No, es mentira! ¡Tú no puedes ser el Segundo...! Aunque si es así... No me importaría batirme a un due....
Pero no acabo de hablar cuando Zen se acercó a él, despacio, aunque eso solo hacia el asunto más tenso.
- Joe...-murmuro Zen. Parecía ser el nombre del peliceleste, quien ahora simplemente lo apuntaba con la pistola.
- Te dispararé cabrón... ¡Y subiré de rango si llevo tu cabeza como trofeo!
Midori escuchó su "conversación", si es que podía llamarse así, quizás así terminaría de entender algo, o al menos, podría sacar algo de información, ya que sabía que Zen no se lo diría. Ni ella iba a preguntárselo, al menos, no de momento. La muchacha se separó de la seguridad de Zen para, alejada de ellos dos, ir hacia donde Haru, inconsciente en el suelo, y separarla a una distancia considerable de ambos. Intentó hacerle, como pudo, una especie de cura, rasgando su propia ropa para detener la hemorragia del hombro. Todo ello, solo con la poca luz que entraba por la ventana de la luna ya alzada. Haru aún seguía inconsciente, y mientras Midori intentaba curarla, alguien entro por la puerta, un hombre con aspecto de samurai. Era Kewari, quién se acerco a Haru sin decir nada, y la cogió en su regazo cuando Midori terminó de hacer lo suyo. También se quedo en silencio, mirándola, sin si quiera echar cuenta a Midori. La verdad es que él también estaba herido, bastante, pero al menos estaba vivo. Midori palideció al ver a Kewari. No, no tenía aspecto de ser un traidor. Tampoco su gesto hacia Haru demostraba que lo era.
- ¡K-Kewari-Dono!....
Pero él ni la miró. Solo tenía ojos para Haru, y ciertamente, Midori no se interpuso. Fuera se escucharon unos cuantos disparos, y en cuanto Midori los escuchó, no pudo evitar correr hacia la puerta corrediza de nuevo y observar la pelea.
Sin saber cómo ni cuándo, Joe había empezado a dispararle a Zen, quien esquivaba todo aquello de forma rápida, aunque aun así no pudo evitar que algunas balas lo rozasen, una vez en la mejilla y otra en el brazo. Pero, sin embargo, pudo llegar hacia él, y sin pensarlo lo atravesó con su propia mano, con sus dedos unidos, de forma que fuera lo más parecido a un arma blanca. La pistola cayó al suelo, y Joe echó sangre por la boca en una brusca tos. Zen entonces le susurro algo que nadie más pudo escuchar.
- Me las pagarás algún día por intentar arrebatármela. No solo tú.
Joe echó a reír, y tras ello... Desapareció, quién sabe si muerto o vivo. Cuando Midori llegó a la puerta, sólo pudo ver cómo Zen lo atravesaba con sus manos desnudas, y como aquel tipo desaparecía. Ella se quedó allí, bajo el porche, observando sin importarle el viento o el frío a Zen. Lo había vuelto a hacer, la había vuelto a salvar, y ella ahora sí que necesitaba saber por qué, aunque sabía que él no se lo explicaría.



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