2 de septiembre de 2012

Capítulo 3: La tranquilidad después de la tormenta


3.1 Solo tienes que pedirme que te proteja


Aquel día fue el último en el que Midori había visto a Zen durante una semana. Kewari-Dono contó a Haru y a Midori que había sido secuestrado, y obligado a dar información. Midori nunca pensó que vería a un hombre como Kewari-Dono arrodillarse ante ella para suplicar su perdón, que desde luego, Midori dio sin pensarlo si quiera. Haru recobró la consciencia poco después de que él hubiese regresado, la bala fue extraída y la herida curada, aunque aún tenía el brazo vendado. Así que Midori se ocupó de todas las tareas de la casa, aunque Kewari y Haru intentasen impedírselo.



Midori estuvo toda esa semana sin nombrar a Zen, el incidente o sin tan siquiera hacer preguntas. Limpió, recogió, ordenó, atendió a los dos, que tanto uno como el otro estaban heridos, e hizo su mejor esfuerzo por intentar aparentar estar bien, recuperada del shock de su abuela. Claro, que ninguno de los dos sabían qué es lo que ese tal Joe le había contado a Midori, y que gracias a ello no había dejado de darle vueltas en todo aquel tiempo. Por eso se esmeraba tanto en las tareas, para estar distraída y no pensar. Lo cierto era que agradecía que Zen no hubiese aparecido en esos días. Tenía tantas preguntas en la cabeza, que posiblemente hubiese tenido que decírselas. Pero prefería aclararse, y guardárselas hasta que supiese con seguridad que él las contestaría.



Había acabado sus tareas y no eran más que las 10 de la mañana. Kewari y Haru seguían durmiendo, cuando Midori ni siquiera se había acostado. Le costaba bastante dormir últimamente. Salió fuera, al patio, para sentarse en aquel pequeño riachuelo de agua que adornaba la casa, dejando sus pies dentro del agua, alzando la vista hacia el enorme cerezo en flor. El lugar perfecto para no pensar en nada.



Tal y como Midori pensaba, Kewari y Haru seguían durmiendo, sus heridas le hacían cansarse más pronto, y ni si quiera habían parecido oír los ruidos que habia hecho la chica aquella mañana al hacer las tareas. Ahora, en la tranquila soledad en donde se encontraba Midori, donde los pétalos de cerezo caían lentamente y con gracia en aquel agradable clima de mañana, donde nada parecía que fuera a pasar.... Pasó. Midori aprovechaba aquel silencio y momento de descanso para despejarse. No pensar en nada, dejar que su mente fuese invadida con la tranquilidad y el arropador sonido del agua al caer, realmente era un momento tranquilo. Sin embargo, la chica pudo escuchar pasos tras ella, suaves. Que quizás si no estuviera tan silencioso el lugar ni si quiera se hubieran escuchado. Midori se giró con rapidez, mirándole a los ojos, y por algún casual, esperaba encontrarse con unos menos afilados, y celestes. Era Zen, quien habló luego con su típica tranquilidad, mezclada con seriedad.



-Has cuidado bien de Kewari y Haru. Gracias... Por tu arduo trabajo, Midori.



Murmuró, mientras cerraba los ojos, y sin más seguía su camino, rodeando ese extremo del riachuelo para ponerse enfrente suya, por suerte habia una especie de puentecillo justo al lado.



-Z-Zen-Sama...



Murmuró ella, para después apartar la vista hacia el suelo. Era típico en Midori no poder mantenerle la mirada por demasiado tiempo. Quién sabe el por qué, aunque seguramente, el miedo era el motivo. Se relajó de inmediato, aunque seguía tensa, pues aunque sabía que no la atacaría, no sabía el por qué, pero su presencia siempre conseguía ponerla nerviosa. Escuchó sus palabras, y lo miró de reojo, aprovechando que él apartaba su mirada de ella.



-Gracias...No se merecían eso, están heridos por mi culpa, y es lo mínimo que puedo hacer...



Una vez Zen estuvo en la otra parte, cubierto bajo las sombras de los árboles, que lo hacían ver quizás algo más "oscuro", ella pudo ver como estaba cruzado de brazos, y su gabardina negra prácticamente echada sobre los hombros, no puesta. Esta vez se podía ver como abajo vestía una camisa, aunque igual de oscura que la gabardina. Dejó sus ojos cerrados, y sus flequillos ondeándose levemente por el suave viento, cuando apoyó su espalda contra el tronco de un árbol. Midori siguió su trayecto con la mirada, incluso cuando él habló, ella mantuvo los ojos fijos en él. Quizás porque tenía los ojos cerrados, y no se ponía tan nerviosa.



-¿Me odias, Midori?



Preguntó, sin venir a cuento, aun en la misma postura. Quizás lo decía porque la chica ni si quiera le dirigía la palabra, o porque nunca le contestaba, o simplemente por si Midori tenía motivos para odiarlo. O quizás lo que quería era escuchar su respuesta. Nunca podía saberse con seguridad lo que Zen quería o buscaba en alguien más. Sin embargo Midori, al escuchar sus palabras, no pudo evitar abrir de par en par los ojos, sorprendida por su pregunta.



-...No, no te odio...Solo que....No sé exactamente quién eres...



Y era cierto, Midori no era capaz de odiar. Ni siquiera a aquel humano que por poco mata a Haru, o a Kewari, incluso a ella misma. Era demasiado pura como para eso.



-Zen-Sama... ¿Por qué me proteges?



Su pregunta fue clara, aunque su tono de voz bajo, llevándose las manos al pecho, como si temiese una mala respuesta. Zen siguió en su postura, frunciendo un poco el ceño. Y dejó que unos segundos pasaran, quizás de tensión para ella, y entonces volvió a abrir los ojos, pero mirando hacia el cielo, despejado de nubes. Prefirió ignorar el primer tema, y se fue más para el segundo.



-Sé que él te contó algo. No sé exactamente el qué... Pero supongo que algo para que tus dudas crezcan. ¿No me conoces? Tampoco conoces a Haru o a Kewari. -dijo quizás como un resentimiento oculto, aunque no se le notó que cambiase el tono de voz- Antes...de decirte "qué" soy. Dime tú. ¿Te dijo ese...."chico" -pareció titubear, pero finalmente lo adjetivó con aquella palabra- algo sobre.... dos razas?



Esta vez bajó su mirada, observándola desde arriba, entre las sombras de los árboles.



-Midori... Dime, ¿me tienes miedo? Ya que dices que no me odias... ¿Pero estas segura de que quiero protegerte y no utilizarte?



El viento fue la respuesta, al menos en unos segundos en los que Midori guardó silencio. Era cierto, Midori no podía confiar en él, muchas cosas demostraban eso. Pero ya la había salvado dos veces, ¿Qué debía pensar? Y quizás por eso no se lo replanteó hasta ese momento, en el que esa posibilidad era bastante probable.



-Yo....



Decidió dejar ese tema, al menos, hasta contestar antes su pregunta. Frunció levemente el ceño, mirándolo con una mezcla entre tristeza e inseguridad, típica en la muchacha.



-Habló sobre los Nodens, que según él eran unos monstruos que intentaban parecerse a los humanos...Habló sobre unas guerras entre ellos desde hacía décadas, habló sobre una especie de profecía, y alguien que vendría, o para ayudar a un bando a ganar, o para destruir las guerras...



Tragó saliva. Realmente se había prohibido a si misma pensar en todo aquello, al menos hasta el momento. Ni siquiera quería pensar que todo aquello tenía que ver con ella.



-...Y...No lo entiendo... ¿Por qué querrías utilizarme? No soy más que una humana con un colgante que al parecer todos quieren...No sé de qué podría serte útil...



Zen asintió cuando ella terminó de hablar, pero no para decir realmente que "sí", si no para señalizar que era su turno de palabra. Bajó la mirada, quizás medio escondiendo su mirada entre sus flequillos, y una sonrisa, quizás algo triste surcó sus labios.



-"Monstruos que intentan parecerse a los humanos"...Midori...-murmuró mientras se dejaba resbalar por ese árbol, aun enfrente de ella., para sentarse sobre el césped. Con una de sus piernas estirada, y la otra medio flexionada por la rodilla. Sin importarle que la gabardina también se resbalase sutilmente de sus hombros, llevó una mano a su flequillo para enterrar sus dedos entres sus mechones, y cerrar los ojos. Frunció levemente el ceño, quizás irónico, que contrastaba con esa leve sonrisa algo triste pero enigmática.- Yo... Soy Nodens. ¿Te parezco un monstruo? ¿No es esa razón suficiente como para que me tengas miedo...? Además....-esta vez abrió sus ojos dorados fijándolos en el agua, no en ella.- Soy el Segundo al mando de ellos. Estoy metido en esta lucha... Si según tú solo eres "una humana normal"....-esta vez de nuevo volvió a subir su mirada y clavarla en los ojos de ella, profundizándola allí- ¿No deberías tenerme miedo? Si es así, y crees que esto es verdad. ¿No crees que querría utilizarte para secuestrarte? Serías... "Mi enemiga". ¿No es cierto?



De nuevo contestó y no contestó, pero esta vez, comparada con las otras, habia hablado bastante. Y parecía bastante sincero, a pesar de querer quizás infringir miedo en la chica, o lo que fuera que intentara. La joven abrió de par en par sus ojos, y a medida que iba escuchando sus palabras, casi de forma inconsciente, se fue llevando las manos más aún al pecho, sujetando su colgante con algo de fuerza. Sin embargo su mirada no era la de alguien temeroso, sino la de alguien culpable, aunque aún no sabía por qué. Al fin y al cabo, todo lo que el muchacho decía, podría ser perfectamente cierto. Ni siquiera sabía por qué el hecho de "secuestrarla" era importante, no sabía qué podía hacer ella en ninguno de aquellos dos bandos. Pero ella prefería no centrarse en eso. Ella prefería pensar en que ahora comprendía por qué Zen era tan especial. Nodens... ¿Eh? Ella era humana, por lógica, debería tenerle miedo o sentirse amenazada. Pero siempre que él aparecía, a pesar de no responder sus preguntas, a pesar de darle miedo con sus ojos, él siempre aparecía para salvarla. La había tratado bien, él, Kewari-Dono y Haru, quienes también suponía que eran Nodens, entonces, ¿Por qué los humanos estaban en guerra con los Nodens? No lo entendía.



-Yo...no puedo comprenderlo. N-No me pareces un monstruo como dijo ese chico que lo eran los Nodens, y no me das miedo...-Aunque quizás eso no era del todo cierto, pero quizás, lo que más miedo le daba era no saber nada sobre él, ni sus intenciones con ella, ni siquiera qué era ella misma.- S-Si fuese tu enemiga...Creo que me hubieses matado a estas alturas, so-sobre todo si eres el segundo...También se lo oí decir a él...



La chica apartaba la mirada, aún frente a él. Quizás era vergüenza, respeto o temor, pero no podía mirarlo, ni acercarse más. Zen la escuchó en silencio, sin si quiera moverse. Pero quizás agrandó un poco más su sonrisa, aunque tampoco de forma exagerada. Se levantó poco a poco, dejando que su gabardina acabara de caerse de sus hombros al suelo, pero al parecer no es que le importara. Y se quedó así, de pie, en frente de ella, a esos metros que la separaban de él, incluyendo ese riachuelo que estaba entre ellos. Dejó de medio esconder sus ojos entre sus flequillos y pasó a mirarla con firmeza, pero.... De pronto ya no estaba allí, sino que se encontraba a sus espaldas. Aunque quizás la chica no pudo darse cuenta de ello, hasta que el chico no pasó un brazo desde atrás en torno a su cintura, y la otra mano la llevó a su cuello, haciendo presión desde sus yemas en la mandíbula exterior de la chica, para no asfixiarla si le apretaba realmente, pero quizás era suficiente como para que la chica no pudiera moverse. Acercó su cara al hueco entre el cuello y el hombro de la chica, oliéndola con suavidad.



-¿Estás segura de que no me tienes miedo? No... ¿Estás segura de que sabes qué es el miedo?... Ahora mismo podría matarte de muchas formas... Quizás atravesando... Tu corazón. Quizás... Bajando mi mano... -en eso último, bajo levemente su mano por el cuello de la chica, haciendo que alzase un poco la cara. Sus manos eran algo frías...- Hablas del miedo, pero no sabes nada de él...



La reacción de Midori no fue más que abrir los ojos, todo lo que pudo, de la más sincera sorpresa. Y ahora sus ojos rojizos se fijaban en ningún punto en concreto, sino en la lejanía del cielo, se perdía entre las nubes y no parecía querer volver. Y es que se había quedado en blanco, escuchando sus palabras, notándolo tan cerca que su estómago parecía no parar de dar vueltas, notando la frialdad de sus dedos, cercanos a la de sus palabras. Pero por más que aquello había sorprendido a la chica, quizás había sido el único momento desde que lo conoció, en el que Midori estaba segura de algo. Y es que no corría peligro. Por alguna extraña razón, fue justo en aquel momento cuando supo que su fe en él era ciega, a pesar de todo lo que él le decía, a pesar de lo poco que conocía sobre él, algo le decía que él no era como aparentaba, que no tenía nada que temer si él estaba cerca, fuese Nodens o Humano, Midori sabía que Zen no le haría daño, aunque aquella situación parecía justo lo contrario. Entonces habló, dulce, aparentemente tranquila y segura, a pesar del deje nervioso y avergonzado de su voz, algo que siempre la caracterizaba.



-Puede que no sepa lo que es el miedo de verdad, incluso cuando me vi sola en aquellas calles, incluso después de ver a mi abuela,...Puede que no sepa lo que sea el miedo. Pero lo único que sé es que si no lo he tenido hasta ahora, es porque Zen-Sama ha aparecido siempre en el momento justo.



Y con eso creyó haberlo dejado claro, que no le temía, al menos no a él, aunque no entendía el por qué. Y lo sorprendente es que, aún en aquella situación, la joven seguía tratándole de esa forma. Zen, al ella no decir nada en un principio, entrecerró un poco sus ojos dorados, y frunció el ceño, no en un gesto de enfado, sino más bien de espera. Y no dijo nada cuando ella dio su opinión, simplemente abrió solo un poco más de lo normal los ojos. Quizás hasta ahora...se había esperado todo... Todo menos eso. Pero no tardó en volver a la normalidad. Bueno... A "su normalidad", entrecerrando un poco como de costumbre sus afilados ojos dorados. Y quizás pasara algunos segundos más hasta que él decidió hacer algo. La soltó con delicadeza de su agarre, aunque no del todo, pues luego volvió a cogerla de la muñeca y darle la vuelta, para sin más y de repente, abrazarla, colocando una mano en mitad de su espalda y otra en su nuca, para acercar esta a su propio pecho. Ni si quiera esperó a que el viento regulase el cabello de la chica, el cual seguía ondulándose por el viento. Entonces, una vez que la tenia abrazada, agachó su rostro, casi para posar sus labios sobre la cabeza de ella, él era más alto. Y allí susurrar con algo que se asemejaba entre a la nostalgia y el dolor, aunque como todo, en montones leves.



-Midori... Tu abuela quiso que te protegiera, y ahora eres el único objetivo en mi vida.



No negó lo anterior, no dijo ni hizo nada más que aquello, solo cerró los ojos, esperando que los cabellos de ambos volvieran a su cauce al viento parar. La chica no cambió de expresión. Tampoco es que le diese tiempo. Mantuvo sus rojizos ojos abiertos de par en par, tanto cuando él la giró, como cuando la abrazó, como cuando sintió que le susurraba aquellas palabras, que lograron hacer que incluso Midori dejase de respirar, no tan solo por su cercanía, sino por su contenido. Dejó que solo el sonido del violento viento que mecía el pelo de ambos irrumpiese en el lugar, guardando ella silencio al menos por uno o dos minutos. Luego, ella, casi que incapaz por corresponder su abrazo, avergonzada y nerviosa por él, murmuró, en voz muy baja.



-Zen-...Sama,...Creo que...Empiezo a necesitar saber más de ti....Y de mí. De lo que quiera que sea...Quiero saber por qué mi abuela te ha obligado a cuidar de una humana como yo...Y quiero saber por qué si eres Nodens no intentas matarme como los demás....N-Necesito saber, por favor...



Todo ello, lo susurró todo lo bajo que pudo. Y en ningún momento hizo ademán de separarse. Sin contar a Haru, aquella había sido la única muestra de cariño desde que murió su abuela...Y no le disgustaba en absoluto. Zen entreabrió sus ojos, cuando ella empezó a preguntar, frunciendo algo el ceño en gesto de dolor y nostalgia, como antes. Y la escuchó. Quizás era el momento de decírselo, de una vez por todas.... Miró a ambas direcciones, viendo que allí no habia nadie más que ellos dos... Y entonces, sorprendentemente, Zen contestó.



-Aunque no te lo creas, y tú no me conozcas a mi... Yo te conozco desde que prácticamente naciste... E incluso por aquel entonces el colgante ya estaba contigo. -Al acabar de hablar, se separó de su abrazo para coger la piedra rojiza de su colgante entre sus dedos con mucha suavidad.- Tu abuela no era humana, ni tampoco Nodens. Tampoco era un arma. Tu abuela era un profeta. La profeta que hizo esa profecía de la que Joe hablaba. La que te cuidó desde que naciste y te protegió desde entonces. Yo también lo hice... Pero... -entrecerró sus ojos aun más si podía, soltando el medallón poco a poco- tú nunca me viste. Nunca me conociste. -esta vez desvió la mirada hacia un lado, algo raro en él.- Midori.... Eres un arma. -frunció mucho el ceño como si le doliera decir lo siguiente más que nada- Eres el arma de la profecía, la conocida como Inocencia de Dios. Y yo juré protegerte hasta que eligieras tu camino, fuera cual fuera la decisión que tomaras.



Midori se separó un par de pasos al escuchar todo aquello. De nuevo, con unos ojos llenos de culpabilidad, aunque sin motivo, tristeza, vergüenza, soledad...Un poco de todo, que hacía a la chica más frágil en apariencia aún. Se llevó las manos al pecho, sujetando su colgante justo antes de que lo cogiese él, que fue cuando lo soltó. La muchacha lo miraba ahora a los ojos, sin importarle el miedo o respeto que estos le causaran, sus palabras estaban siendo mucho más importantes que un miedo estúpido.



-A-Así que aquel chico tenía razón...Ese arma soy yo......



Guardó unos segundos de silencio, y dio uno o dos pasos más hacia atrás, como si solo tuviese ganas de correr, lo más lejos posible. Ahora comprendía que nada en su vida había sido verdad, y cualquier cosa que lo hubiese sido, desaparecería ahora.



-Zen-Sama....Y-Yo...No entiendo... ¿Cómo puede ser alguien como yo un arma? Yo no sé luchar, ni tampoco quiero hacerlo, odio la violencia, la muerte y la guerra, ¿Cómo podría ser yo tan importante?...Y, ¿Por qué el resto me persiguen? Algunos parecen querer secuestrarme, y otros simplemente matarme...No lo entiendo...



Negó con la cabeza, varias veces. Y seguía retrocediendo, uno o dos pasos, como si aquello fuese a alejarla de la horrible realidad que acababa de descubrir. Sus rojizos ojos se aguaron, incluso un par de lágrimas parecían querer salir bajo sus párpados. Él se quedó allí plantado, mirándola con esa cara de nostalgia y dolor inexplicables, aunque no demasiado acentuados. Y ella seguía dando pasos hacia atrás... Mala idea. Ya que atrás había un riachuelo. La chica sin darse cuenta, en uno de sus pasos podría haber caído, si Zen de imprevisto no la hubiera cogido de la muñeca y tirado de ella, pero con suavidad. Cerró sus ojos, mientras quizás en contra de la voluntad de la chica, la volvía a juntar hacia él, aunque esto no era un abrazo como antes, simplemente tiró de su muñeca, y se encorvó hacia delante, para quedar a pocos centímetros de su cara, aunque sin besarla como el primer día o algo por el estilo.



-No hace falta que pienses en nada. Solo te lo respondí para que las dudas no te siguieran atormentando. Pero déjame que sea yo quien te proteja por toda la eternidad, no hace falta que luches... Yo lo haré por ti. Solo pídeme que esté a tu lado.



Tras ello, que quizás con eso solo quería tranquilizarla, cerró sus ojos, quizás algo angustiado por no haberle dicho lo correcto. Pero tampoco se hizo muy notable. Midori, de nuevo, no pudo más que aguantar la respiración, incluso la sangre se concentró bajo sus pómulos, dándole el aspecto medio sonrojado y dulce que la chica llevaba en raras ocasiones. Escuchó sus palabras, y a pesar de que las escasas lágrimas que sus ojos se morían por dejar caer seguían concentradas bajo sus párpados, Midori no llegó a llorar. No lo haría, al menos no delante de él.



-¿Q-Qué te lo pida?...No puedo pedirte eso, y-yo simplemente no puedo decirle a alguien como tú que cuide de una hum...de alguien como yo...-Guardó silencio, un par de segundos al menos, desviando la mirada por un instante, huyendo de nuevo del contacto con sus ojos.- Es demasiado pedir para tan poco como lo soy yo...Zen-Sama... ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo yo cumplir esa profecía y acabar con las guerras? Es lo que mi abuela querría...Lo que tú quieres, ¿V...Verdad?...



Alzó la vista, solo por un segundo. Allí había otra cosa que necesitaba saber, que necesitaba que él se lo dijese, ante todas las demás cosas incluso.



-Zen-Sama... ¿Por qué proteges a alguien como yo?..¿Por qué sacrificas tanto por evitar que yo luche, o por cumplir el último deseo de mi abuela?... ¿Por qué pareces triste cuando me miras?....



Zen fue soltándola poco a poco y con delicadeza de su muñeca. Mirándola de aquella manera... Y hubiera seguido igual si no le hubiera preguntado eso último, lo que quizás solo le hizo abrir los ojos algo más de lo normal en un gesto de sorpresa. Pero volvió a la normalidad en pocos segundos, y miró hacia atrás solo una vez, aunque la chica no se hubiera dado cuenta, comenzaban a despertarse Haru y Kewari. Y nunca consentiría que alguien por debajo de él le escuchase hablar de esa manera que desde hace décadas solo le habia dedicado a la chica. Volvió a mirarla entonces.



-Si no puedes pedirme eso, entonces te digo que me pidas que me aleje de ti cuando ya no me necesites...-agachó la mirada, actos muy "humanos" para él. Sin embargo fue subiendo la mano hacia su mejilla.- No te subestimes de esa manera, eres tan especial que nunca lo creerías, esa humildad no te lo permite, pero... -esta vez acercó sus labios a la frente de la chica.- Digamos que eres tan especial como uno de esos meteoros que pasan cada miles de años, y que todo el mundo intenta atrapar... Sin embargo, mi deseo es protegerlo de todos ellos, porque sé que tiene que estar libre, y decidir por él solo.... -y le dio un beso en la frente, para tras eso separarse un poco de ella y mirarle a los ojos de ella fijamente.- Hago todo esto porque no quiero que conozcas el miedo, porque no quiero que sepas como se sufre en las guerras, y la crueldad de cada uno de los soldados. Hago esto porque...quiero mantener tu sonrisa.



Y esta vez sonrió él aunque muy levemente, pero de manera sincera. Y de pronto desapareció, ocupando el lugar de antes, juntos a su chaqueta. La cual miró de reojo unos segundos y luego se agachó cogiéndola, alzándose tras ello, de espaldas a la chica. Y solo pestañeó una vez antes de mirarla de reojo, por encima del hombro de su camisa.



-Adiós....Midori.



Y tras ello se fue, no muchos minutos después llegarían Haru y Kewari.



3.2 El peligro acecha en cualquier parte

Primero estaba el tema de las guerras. La muerte, la destrucción, la tristeza, la desesperación, y todo lo que las guerras llevaban consigo. Luego, estaba todo lo que había descubierto. Esa profecía, que ella era un arma, aunque ni siquiera sabía por qué se la consideraba arma, si ella ni siquiera sabía luchar o defenderse por sí misma. Luego estaban los Nodens, y los humanos, y que parecía que ambos bandos la querían para ellos, o muerta si se negaba.



Pero realmente, lo que a Midori llevaba días machacándole la cabeza, lo que no la dejaba dormir, lo que la mantenía en una inquietud e incertidumbre constante, era Zen. Zen, y sus palabras. Zen y sus gestos. Zen y todo lo que tenía y había tenido que ver con él desde el principio. Midori sabía que nada de aquello iba a ser aclarado inmediatamente, por lo que, como siempre, prefería guardarse sus preguntas para ella. Y sin embargo…No podía sacarse nada de ello de la cabeza.



Así que, se escapó. Simplemente cogió lo poco que pudo, y se escapó de la hospitalidad de Haru y Kewari-Dono. “Sólo serán unas horas, lo prometo”, pensaba la muchacha al salir del hogar de Kewari, y echando a correr por la carretera. Toda la suerte del mundo estuvo de su parte, o eso pensaba ella, pues un autobús que pasaba por allí se detuvo ante la señalización de la muchacha aún estando lejos de cualquier parada, diciendo que justo pasaba por el casco de la ciudad de donde vivía su abuela. Perfecto. Midori había “cogido prestadas” un par de flores del jardín de Kewari, las cuales llevaba en la mano. Hacía más o menos un mes de la muerte de su abuela, y Midori quería estar unos minutos a sola en la casa donde había vivido tanto tiempo, y que tantos recuerdos guardaba. Aunque quizás aquello no era posible.



El autobús no solo paró allí, también hubo otras paradas. Y en una de ellas, se subió un tipo de pelo blanco, y vestidura negra... El mismo que Midori había visto un mes antes, antes incluso que Zen. El Nodens que había irrumpido en la casa de su abuela. Pero la chica estaba tan entretenida y metida en sus pensamientos que no se dio cuenta. Estaba más ocupada en pensar cuánto la reñiría Zen si se enteraba de que ella se había escapado, que en cualquier otra cosa. Él albino llevaba unos cascos grandes, también de color negro, y andaba fijando la mirada en las distintas opciones para asientos. Hasta que la vio a ella. Y sonrió, acercándose. Carraspeó para hacerse notar y entonces señalar el asiento de su lado, mientras cerraba los ojos, al sonreír, simpático y afable.



- ¿Está ocupado, o puedo ocuparlo yo?



Tras esta pregunta, abrió sus ojos para fijarlos solo en ella. Quizás para provocarla. Aquel chico era Spell, según había oído a Zen nombrarle, y el culpable de que aquella noche Midori hubiese dejado a su abuela atrás para intentar protegerla de él, con un fatídico resultado. Midori volvió a la normalidad en cuanto escuchó el carraspeo y la voz del chico. Esa voz...



- Sí, claro que pued-...



Sin embargo, la joven había contestado sin mirar, y cuando lo observó, abrió de par en par los ojos, e hizo ademán por levantarse y salir corriendo de allí. Pero Midori, tan inocente como siempre, observó como todos los pasajeros de la parte trasera del autobús observaban curiosos la escena, además, que tampoco había demasiados asientos libres. ¿Y qué hacer? Midori solo pudo llevarse las manos al pecho, a su colgante, y sujetarlo con fuerza aunque este estuviese por dentro de la chaqueta. Apartó la mirada, encogió las piernas en el asiento y se pegó todo lo que pudo a la ventana, evitando el contacto con él, evitando tenerle cerca. ¿Cómo saldría ahora de eso?...



- ¡Thank you! ~



Casi que gritó el Nodens cuando ella le dio permiso, aunque no terminara la frase, sentándose, o más bien, tirándose a su lado en el aiento, bostezando, y sacando del bolsillo un paquete de mikados, para tras ello, meterse uno en la boca, acomodándose más si podía en el sitio. Parecía muy tranquilo.



- Bueno, a ver dónde nos llevará. ¿No?



La miró de reojo al decir esto, entrecerrándolos en un gesto malicioso, aunque pareciese muy simpático. Pero duró poco, pues ya volvió a mirar hacia el frente, terminándose de meter el mikado en la boca, ayudándose con su dedo índice. El autobús se puso en marcha, y todos los viajeros se pusieron a sus cosas, leer, escuchar el mp3, echarse sobre el asiento... Aunque él antes se hubiese bajado los auriculares al cuello, seguía escuchándose la música por los mismos, aunque en apenas un susurro. Spell miró hacia arriba, haciéndose el inocente, y sacando un mikado, ofreciéndoselo a la chica.



- ¿Quieres? ¡Son de chocolate!



Aunque se hacía el simpático, su voz era más persuasiva que otra cosa, y sus ojos verdosos entrecerrados tampoco ayudaban, además de que este también tenía la pupila bastante estrecha, como Zen, asemejándose esta a la de un gato. La muchacha tenía el bello de punta. Otra vez esos ojos, esos escalofriantes ojos. Y ahora no podía simplemente correr y alejarse de él. Mantuvo la vista al frente en todo momento, sin llegar a mirarlo ni una sola vez, centrándose en pensar que ojalá no hiciese nada hasta bajarse del autobús, puesto que todas aquellas personas corrían peligro. En cuanto le ofreció el mikado, la chica se limitó a negar con la cabeza con rapidez, apartándose de él, lo que pudo. La ponía nerviosa su forma de hablar. Y de repente, sin poder aguantar toda la presión, la chica se levantó de golpe y pulsó el botón de stop. El autobús se detuvo, estaba pasando justo por una parada lejana a la ciudad. Pero así al menos podría correr y regresar con Kewari. "No debí haberme marchado..." Pensaba una y otra vez. La muchacha medio saltó con rapidez por encima de las piernas de aquel Nodens, para salir corriendo por la puerta trasera. Y una vez en tierra, la muchacha empezó a correr en dirección contraria. Si seguía la carretera llegaría hasta casa de Kewari, si salía de esta, seguramente no sabría dónde estaba, pues cuando la llevaron ella estaba inconsciente.



Él ya no parecía estar alegre por ello. Así que cuando la chica se medió saltó sus piernas, se metió el mikado en la boca, y salió tras ella, aunque a un paso mucho más lento, metiéndose las manos en los bolsillos, cerrando los ojos y aparentemente disfrutando de ese mikado. El autobús acabó marchándose. Ese muchacho no era tan sumamente rápido como Zen, pero también era de su raza, y tenía poderes, por lo que desapareció y al segundo, apareció delante de la chica, casi haciendo que esta chocase contra su pecho, al estar corriendo de aquella manera. La muchacha ahogó un chillido, intentando salir corriendo en cualquier dirección luego. No pudo hacer otra cosa que abrir de par en par los ojos, y mirar a los afilados ojos de él, estremeciéndose de los pies a la cabeza.



Esta vez, delante ya de ella, él volvió a meterse lo que le quedaba de mikado en la boca con ayuda del dedo índice, y luego posó su mano en el hombro de Midori, medio agachándose para acercarse a ella.



- Parecías tener mucha prisa, eh. No sabía que te querías quedar por aquí....-Cerró los ojos, sonriente, aparentando de nuevo ser una persona afable.- Pero no hace falta que vayas sola y eso. ¿Okey? Yo puedo y debo acompañarte... O si no, Zen podría preocuparse.... ¿No lo crees?



Alzó sus cejas, abriendo los ojos esta vez, haciendo más presión con sus dedos en los hombros de la chica. Parecía estar realmente molesto por lo que pasó la última vez, al menos eso pareció en sus palabras, a pesar de que las dijera con un tono de amabilidad... Era más bien, ironía.



- S-Suéltame...Z-Zen-Sama no me habría dejado ir si no supiese defenderme de tipos como tú...



Y claro que no sabía defenderse. ¿Quién la había enseñado a ello? Aunque quizás, con eso, asustaría un poco a aquel tipo. O quién sabe, solo quería salir corriendo de nuevo, en cuanto tuviese oportunidad...Aunque sabía que él no tardaría en encontrarla. Retrocedió un par de pasos, intentando librarse de su agarre en el hombro, aunque, esta vez, sin mirarle a los ojos. Le daban demasiado miedo o respeto los ojos Nodens, incluso los del mismo Zen.



Aquel Nodens sin nombre alzó una ceja. ¿Qué era aquello de que Zen no le hubiese dejado...? ¿Qué? ¿Cómo podía ser...? ¿Zen protegía a esa humana? Frunció un poco el ceño involuntariamente, apretando quizás más el agarre, lo contrario a lo que la chica quería.... Y se acercaba a ella cuando ella retrocedía, sonriendo de esa manera, supuestamente afable, pero que a cualquiera le daría escalofríos.



- ¿Pero qué dices? Ni que yo quisiera hacerte daño, pequeña...





Quizás quería confundirla. Si se enteraba de algo gordo podría hacer que el Primero acabara de una vez con ese egocéntrico de Zen... Pero no. Sus palabras no engañarían a Midori. No esta vez. La inocencia de Midori era demasiada, sí, pero ella al menos sabía cuando debía y cuándo no fiarse de los demás...Normalmente. Y de cualquier modo, él fue el causante de todo aquello, aquella noche en la que perdió lo único que tenía. Frunció levemente el ceño. Sabía que no podía huir, si lo hacía, él no tardaría en alcanzarla. Y si intentaba luchar, no duraría ni dos segundos, más que nada, porque no sabía. Así que lo único que le quedaba era hacerse la valiente, o al menos intentarlo aunque solo fuese por unos segundos. Pero sabía que si el chico decía algo, su falsa faceta no tardaría en desaparecer, y que su propio tono de voz suave y dulce no ayudaba en absoluto a aparentarlo de verdad.



- S-Suéltame ahora si no quieres meterte en problemas,...Nodens...



Dejó espacio entre la frase y el nombre de su raza, demostrando así algo de duda al decirlas. Y más aún, si se tiene en cuenta que no le miraba a los ojos. El Nodens alzó una ceja. Aquella chica le seguía sorprendiendo. Sonrió divertido, entonces, soltándola.



- ¿Ah, sí?...-dejó caer, llevando la mano hacia su barbilla para que de un gesto brusco, le obligara a que le mirase. -No pareces muy segura de tus palabras.... -alzó ahora ambas cejas. Seguía sonriendo, aparentemente "amable". -¿Por qué no te fías de mí?... Ah~... Pero sí de Zen..... Y sabes que somos Nodens.... ¿Y tú...? ¿Eres tú una humana?



Tras aquellas preguntas se fue acercando a su rostro, quizás con intención de besarla como hizo Zen un día, y así, dejarla dormida. La chica abrió de par en par los ojos ante su gesto. Una sensación de apuro la invadió, como si supiese que si él llegaba a besarla, que era lo que parecía, ella estaba perdida, como había pasado con Zen. Así que intentó echarse hacia atrás, sin éxito, pues él seguía sujetándola de la barbilla.



- N-No...



Murmuró, pero no llegó a contestar las preguntas de aquel Nodens, puesto que en cuanto menos se lo esperó, Spell se separó de ella y parecía estar sufriendo un dolor terrible. El albino abrió los ojos de par en par, y la soltó, retrocediendo, y llevándose las manos a la cabeza. Apretando los dientes, y enseñándolos, y frunciendo el ceño todo lo que podía, entrecerrando sus ojos. Parecía estar pasándolo mal. Ella retrocedió un par de pasos...Y era tonta, o quizás, demasiado pura y humilde como para irse sin más, a pesar de todo lo que aquel Nodens había hecho, algo la mantenía allí, como si realmente quisiera saber por qué pasaba todo aquello, aunque en realidad eso le pasase factura luego. Se pudo escuchar el gruñido dolorido del peliblanco, y se pudo ver como abrió la boca un par de veces también para gritar, pero no llegó a hacerlo ninguna de las veces. Al final acabó cayéndose de rodillas, sosteniéndose esta vez solo la cabeza con una mano, enredando sus dedos entre sus mechones. Y la otra en el suelo, apretando esta vez entre sus dedos la espesura, el césped ya demasiado pisado y estropeado por los humanos... Y no humanos.



Tal era la actitud de Midori, que al ver así a aquel Nodens, entristeció el ceño y la mirada. Se llevó las manos a la altura del pecho, confundida, pues ni siquiera sabía si estaba bien sentirse mal por alguien como él. E incluso hizo el ademán por acercarse, fuese lo que fuese, nadie se merecía sufrir. Y la escena siguió así, hasta que se pudo escuchar una frase tras la chica.



- Dije que... Me gustaba trabajar solo, y que los de nivel inferior no interfirieran en mi trabajo... Pero lo que también dije fue que no me gustaba repetir las cosas dos veces.



Era Zen. Su voz. Como si el chico tuviese un radar y percibiese cuando la chica estaba en peligro, allí estaba una vez más. Anduvo hacia adelante, con paso lento, poniéndose al lado de Midori, o quizás algo más adelante, mirando desde arriba, y con un aire entre repulsivo y amenazador al Nodens que se hacía llamar Spell.



Midori escuchó su voz, la cual ya reconocería en cualquier parte. Y de inmediato la chica se detuvo, sin tan siquiera atreverse a girar la mirada hacia él. Tragó saliva, y sus ojos se abrieron de par en par al escuchar sus palabras. Cuando él se colocó a su lado, incluso frente a ella, y ella no pudo hacer otra cosa que mirarle, fijar su mirada en él aunque fuese por un momento. ¿Cómo había sido capaz de encontrarla allí, en aquel lugar, y justo en aquel momento? ¿Era él el que estaba haciendo eso, tan poderoso era Zen?....La chica volvió a tragar saliva, ahora arrugando levemente el ceño en señal de preocupación, pues había metido la pata, o eso pensaba. Zen se enfadaría por ella haber escapado, seguro...Y si no solía verlo, o solía esperar más respuestas por su parte, ahora sabría que no obtendría nada más que un quizás bien merecido golpe en la mejilla.



- Vete de aquí, Spell. No te quiero ver, me desquicia tenerte cerca.



Decía Zen, mientras lo miraba desde la misma posición, y él comenzó a lanzar blasfemias por su parte.



- ..Gkth.... Algún día el Primero te arrancará la cabeza, Zen, y te juro que yo estaré allí para verlo...



- Pues no podrás presenciar nada si mueres aquí.


Contestó Zen con toda la tranquilidad del mundo, como si sus palabras no le hubieran importado en absoluto. Entonces cogió a la chica por los hombros, girándola, para irse. Lo miró de reojo, Spell seguía escupiendo sangre.



- Sabes que mi poder se desactivará cuando me vaya, y si no me persigues, claro está. Advertido quedas.



Suspiró con suavidad, recogiendo a la chica por las piernas para cogerla en brazos, y ya no miró más a Spell, porque ambos desaparecieron de ese lugar.


3.3 Su último adiós

Midori se sujetó a Zen lo más fuerte que pudo, pero intentando no mirarle o molestarle con ese gesto. Lo hacía sólo para no caerse, pues ya conocía la rapidez del Nodens, y no le apetecía arriesgarse. Su mirada de culpabilidad y nerviosismo se fijaba en las ropas oscuras de él, sin tan siquiera atreverse a levantarla hasta sus ojos. Se sentía terriblemente mal y culpable por haberse escapado de la casa de Kewari, y estaba segura de que no solo Zen, sino también él y Haru estarían molestos con ella, a pesar de que sus intenciones no eran más que dejarle un ramo de flores en la casa de su abuela.



- Z-Zen-Sama...Yo...Lo siento, no quería que pasara esto...Yo solo quería ir a la ciudad por un rato, y volver...G-Gracias por haber aparecido de nuevo...



Aunque ni siquiera entendía cómo es que él, incluso tan lejos, sabía exactamente dónde se encontraba la chica y en qué momento estaba corriendo peligro. Tragó saliva, nerviosa, mientras fijaba su mirada ahora en la puesta de sol. La casa de Kewari era segura, entre otras cosas, porque se encontraba en medio del campo, aislada de cualquier otro hogar, y eso la hacía tan especial como eficiente, una especie de fortaleza o de cuartel general para la resistencia de Zen. Ella observaba los campos abiertos, los huertos y los árboles a medida que Zen iba avanzando, y dejó escapar un suspiro de resignación.



Él recorrió todo aquello sin si quiera mirarla, sin si quiera hablarle. Sus ojos dorados solo se mantenían al frente, entrecerrados y con un gesto aparentemente normalizado, como si realmente no le estuviera escuchando o prestando atención a lo que decía... Hasta que al final paró. Era un lugar del pueblo, quizás algo desconocido para muchos, en mitad de campos, pero también de pequeños lagos, que brillaban por ellos mismos de un color anaranjado, por culpa de que el sol ya se estaba escondiendo tras las colinas. Pero esta vez no la dejó en el suelo, sino que siguió con ella en brazos, con los ojos cerrados, y aparentemente tranquilo, aunque con el ceño quizás levemente fruncido.



- No hace falta que te disculpes. Quizás fue mi error pensar que estarías bien con que simplemente te dejara con Kewari y Haru...



Suspiró, abriendo de nuevo los ojos, pero sin mirarla, sino que mirando al frente para seguir caminando con ella en los brazos, a aparentemente...Ningún lugar. Sus pasos esta vez eran tranquilos, suaves, no parecía tener prisa. Ella fue soltándose de su agarre, poco a poco, aunque sin aparentes intenciones de bajarse de sus brazos. Alzó la mirada, apartándola, para volverlo a mirar y así varias veces, aprovechando que él no fijaba sus ojos en ella. El sentimiento de culpa le invadió el pecho, y fue algo que pudo verse reflejado en sus ojos, como un libro abierto. Casi en un murmuro, dijo.



- No es que no esté bien con Kewari-Dono y Haru...Hoy hace un mes de su muerte, y yo solo quería dejarle flores. Pre-,...Pretendía volver, lo juro...



Hablaba como con miedo, pues la actitud de Zen, aparentemente tranquila, ella se lo tomaba como algo malo, como si el chico la fuese a dejar tirada en cualquier lugar por no saber valorar lo que tenía, un hogar junto con Kewari y Haru. Y a pesar de que él le había dicho que no se disculpara, ella lo hizo de todas formas.



- Lo siento...



Zen siguió casi de la misma manera, escuchándola hablar, hasta que dijo una vez más que lo sentía. Entonces se paró de nuevo, esta vez para clavar los ojos en ella. Un aire pasó, haciendo danzar lentamente algunas hojas del camino, y también algún que otro diente de león de aquellos campos plagados de los mismos. El Nodens de ojos color oro agachó la mirada, medio tapándosela con el flequillo, y en sus labios dibujó una leve sonrisa.



- ¿No es irónico... Midori? Te digo que siempre te protegeré, que quiero hacerte sonreír, pero cuando estas cerca de mí lo único que hago es ver ese ceño fruncido tuyo…De preocupación y pena... Y realmente... No sé qué pensar, si sería mejor que no volviera a aparecer... O si borrar tu memoria, para que puedas vivir feliz una vez más... Solo tendrías que pedírmelo... Tantos años en los que he vivido, y este es en el único momento que dudo, que no sé qué hacer....



Murmuró, mientras cerraba sus ojos, y apretaba su mandíbula. Realmente pensaba que una de esas dos opciones sería buena para la chica. Midori abrió de par en par sus ojos al escucharle. ¿Qué era eso de borrarle la memoria...? ¿Qué era eso de que lo mejor sería que él no apareciera...? Solo cuando él aparecía era cuando Midori realmente se sentía segura, se sentía bien, y de alguna manera, se sentía cercana a alguien después de lo de su abuela. La muchacha no pudo evitarlo, y de nuevo su mirada culpable se fijó en el chico, por primera vez desde hacía un rato, directamente en sus ojos. Observó cómo parecía que el Nodens no lo pasaba bien con ese tema, sobre todo después de admitir que era la primera vez en la que dudaba, después de todos esos años. Y Midori se movió por un impulso, quizás el más atrevido desde que lo conocía. Pero realmente, Midori no quería ver así a nadie, y menos, a la gente de su alrededor.



Midori sonrió, con levedad, pero con su dulzura característica. Y aunque casi que lo hizo con miedo, apartó uno o dos mechones del rostro del chico, quizás para intentar mirarle a los ojos y aguantarle la mirada, como muestra de que realmente confiaba en él, a pesar de que aquello podía ser incluso superior a sus fuerzas. Cerró los ojos, dulce, amigable, afable e incluso aparentemente feliz, tal y como la chica actuaba siempre, o al menos, desde siempre.



- Si olvidase todo lo que sé ahora, seguiría sintiendo el vacío que me dejó mi abuela. No tendría nada, no recordaría la amabilidad de Kewari-Dono, ni la amistad de Haru...No recordaría todas esas veces que me has salvado. Y si fueras tú el que se marchase, seguramente ese vacío seguiría existiendo, y extendiéndose, más y más y más...-Guardó unos segundos de silencio, ya era demasiado, así que desvió la mirada de nuevo, y apartó la mano para llevársela al pecho, junto con la otra- Yo...Solo quiero decir que está bien así...Que siempre estará bien así, mientras todos vosotros sigáis vivos, yo estaré bien...Solo hace un mes que os conozco y ni siquiera entiendo muchas cosas, pero siento que ninguna de esas opciones está bien...



Zen, cuando sintió la mano de la chica apartándole el flequillo entreabrió los ojos, dejándolos de esa manera, clavándolos en los de ella también. No le extrañaba esa actitud en Midori. Parecía que a esa chica solo le habían aportado cosas buenas, su empatía, su humildad, su dulzura, e incluso su instinto a sacrificarse por los demás... Era demasiado. Aunque ella no se considerase del todo especial. Y quizás eso era lo mejor de todo. La escuchó en silencio, siempre intentaba entender todos los sentimientos de Midori, desde que nació, pero a veces se le hacía imposible... Por eso pensó en desaparecer de su vista. Y sin embargo, al escucharle decir todo aquello, de nuevo dudó si lo decía por su grandiosa empatía o porque realmente lo sentía.



- ¿Tanto te preocupas por recientes conocidos...? Creo que de nuevo habla tu enorme corazón y no tu mente...



Entrecerró algo los ojos. Si alguna cosa le reconfortaba ver, eso era su sonrisa, aun así... Sabía que a veces solo era un gesto que hacia aunque mintiera, para mantener bien a los demás. La muchacha escuchó sus palabras, y solo pudo negar con la cabeza, despacio, y sin mirarle. Fijaba su mirada en los últimos rayos de un sol que se despedía entre las colinas, prefiriendo ello a mirarle a los ojos. Ya no por miedo, sino quizás, por respeto. Sabía que Zen era importante, y como mínimo, debía tratarlo igual.



- Quienes piensan solo con la mente y no con el corazón, son los que llevan a cabo esas guerras...



Murmuró la chica, más bien para ella, como una reflexión que se había guardado durante mucho tiempo. Pero sus palabras quedaron ahogadas ante el gesto del chico, y ella solo pudo abrir los ojos de par en par. En sus pómulos, y bajo sus párpados, un ligero sonrojo se había apoderado de la zona nada más él fijar su mirada en ella. Zen quiso acariciarle las mejillas, pero tampoco pudo, porque la tenía cogida. Así que solo, y de alguna manera, echó su cabeza con suavidad y como podía encima de la de ella, de un modo que hacía que todos sus flequillos volvieran a caer por sus ojos, y ya no solo por los de él, sino que también se entremezclaban con el cabello claro de la chica.



- A veces desearía que no fueses de esta manera... Saber que aunque lo estés pasando mal, siempre pondrás una sonrisa como excusa. Eres demasiado buena.



Midori escuchó sus palabras en cuanto él se acercó, medio... ¿Abrazándola? Al fin y al cabo, seguía sostenida por él.



- Y-Yo... No creo que ser buena sea algo malo...Zen-Sama también lo es, te preocupas por los demás, por Kewari-Dono, por Haru y por mí...Y...Aunque no sé realmente cuál es tu misión de verdad, o el motivo de muchas cosas, no me hace falta nada más para saber que eres bueno...



Aun más o menos apoyado encima de ella, aunque sin echarle peso encima por supuesto, Zen la escuchó. Aquello no se lo esperaba, y por eso abrió los ojos un poco más de la cuenta. Realmente esa chica era especial. Y nadie parecía comprender cuan especial era, solo se interesaban por el poder que pudiera darles... Y eso le molestaba enormemente.



- Tienes razón... El problema es que no hay nadie como tú... Midori... No es malo ser bueno, pero yo nunca dije algún calificativo malo sobre ti, ni nunca lo diría. -Sonrió esta vez, a medio labio, entrecerrando los ojos al mismo tiempo. Y esperó unos segundos de quizás incómodo silencio, para luego murmurar.- Yo ni si quiera tengo alma que venderle al demonio.



Esa frase quizás podía significar mucho más de lo que aparentaba. Algo así como que el chico era malo, y siempre lo habia sido, que ni si quiera podría corromperse más, al "venderle su alma al demonio”. La chica tragó saliva al escucharle, y agradeció enormemente que Zen siguiese en aquella posición, donde no podía ver cómo la rojez de sus pómulos se había extendido notablemente ante sus palabras. Que alguien tan importante como él le dijese algo así, a ella, a una humana, o eso creía que era aún, a alguien que lo único que tenía de valor era un simple colgante, pues ni siquiera sabía luchar como para ser usada como "arma", no se lo esperaba en absoluto.



- Z-Zen-Sama...Cualquiera puede ser bueno, y tener alma, s-si se lo propone...



Con eso, lo que ella quiso decir, es que le daba igual. Realmente igual, el hecho de que él fuese o no fuese malo. La inocencia de Midori quizás le jugaría malas pasadas en un futuro, pero alguien como Zen, que la cuidaba de esa manera, que le decía tales cosas, que siempre aparecía en el momento justo para salvarla...Dijese lo que dijese, Midori jamás reconocería a Zen como enemigo, por muy extraño que fuese, por poca información que tuviese sobre él o de la situación en sí. Era como si aunque hubiese pasado poco tiempo, y aunque fuera consciente de la poca información tenía de toda esa situación, un instinto interno la impulsase a creer que no era demasiado necesario enterarse, que podía confiar en Zen, en Haru y en Kewari, aún sin saber por qué parecían ser distintos a los otros Nodens que había tenido la mala suerte de conocer, como Spell.



- Pero nadie será como tú.



Dijo Zen, dando constancia de esa frase, dejando unos segundos de silencio de por medio, para luego mirarla de nuevo, colocándose recto. Aunque realmente le habia costado un poco, esa chica, y todo lo que viniera de ella, era lo único que conseguía reconfortarle.



- Midori, ibas a casa de tu... Abuela. Podría acompañarte, si no es mucha molestia, si lo deseas, me quedaré fuera. Solo quiero que no hayas hecho este viaje en vano. ¿Qué me dices?



El sol ya sí que empezaba a ocultarse, dejando medio a oscuras el lugar mientras el viento dejaba de soplar. Se iba a hacer pronto de noche, pero Midori no debía preocuparse con Zen delante, este le protegería de lo que fuera, como sea. La muchacha no supo qué decir después de sus palabras, pues parecía bastante seguro por ello. Lo cierto es que comenzaba a darle demasiada vergüenza seguir en sus brazos, ella era delgada, y bajita comparada con él, pero debía cansarle mantenerla tanto tiempo en brazos. Aún así, no dijo nada, al menos hasta que escuchó sus palabras. Abrió de par en par los ojos, mirándole solo por un segundo, con esa inocencia característica en la chica. Después, apartó la mirada, observando como ya apenas había rayos de luz desde las colinas.



- E-....Estoy segura de que Zen-Sama tiene mejores cosas que hacer... ¡No me importa no haber llegado a casa de mi abuela! Al fin y al cabo no debí haberme ido sin haber dicho nada...L-Lo siento por eso, es solo que...No quería preocupar a nadie, y pretendía volver lo antes posible...



Se volvió a disculpar, entristeciendo. ¿Habría preocupado con su acción a Haru y a Kewari-Dono?...Pero él la cortó casi sin dejar que terminase de hablar.



- No hay nada más importante que deba hacer que tú. Además... Me vale con que me digas tan simplemente que querías ir.... Y me lo has dicho ya, aunque no de forma directa.



No dijo nada más, y apretó a la chica contra su pecho. Midori abrió la boca para protestar, ¡Realmente sabía que eso no era más que una carga para él! Pero al parecer sí que no le molestaba en absoluto eso. Zen era fuerte, bastante, y el peso de la chica para él era como coger una pluma. Y además, de alguna manera, de ese modo podía sentir como ella estaba a salvo, como podría protegerla de cualquiera...Se sentía bien así. Así que de esa manera, sin más, desaparecieron del lugar, a una velocidad increíble, pero ninguna planta les azotó, y parece que las horas no se volvieron locas, a penas pasó dos minutos, cuando el chico ya paró, en frente de la antigua casa de Midori, y la dejó en el suelo con suavidad. Lo había hecho, la había traído allí sin si quiera esperar a su respuesta. Entonces le dio la espalda, dando lentos pasos.



- Yo esperare fuera, no te preocupes.



La joven suspiró, pero una mezcla de alegría y nostalgia la invadió. Al fin y al cabo, verdaderamente quería ir a su antiguo hogar. En cuanto él la dejó en el suelo, ella y como de costumbre se llevó las manos al pecho, mirándolo. Realmente era atento con ella, incluso le había dejado espacio para despedirse una vez más. Y además, teniéndolo cerca, Midori sabía que no tenía nada que temer. Así que asintió, aunque él no pudiese verla, y se giró para entrar en la casa. No sabía realmente dónde habían enterrado a su abuela, y casi que tampoco quería saberlo. Para ella todo había acabado en su habitación, y allí sería donde dejaría su último adiós. De camino, en la casa del vecino, una maceta dejaba crecer una linda flor amarilla.. Midori ahogó una risilla, el vecino nunca había tenido muy buena mano con las flores.



- Lo siento...



Murmuró al aire, quizás a su vecino no presente, para después, arrancar con cuidado aquella flor y meterse en la casa. Midori no quiso mirar nada desde el trayecto de la puerta principal hasta la habitación. Aquello sería demasiado doloroso de recordar. Y finalmente, la habitación de su abuela, justo como la recordaba. Fuera quien fuese el que se hubiese llevado el cuerpo de la mujer, había cuidado que no quedase indicio de lucha o muerte alguna en la habitación. Y Midori lo agradeció. Se mantuvo en silencio unos segundos, inclinándose luego para dejar, donde su abuela había muerto, aquella flor.



Zen, en su rato de espera, se acercó a aquella fuente frente la antigua casa de Midori. Se quedó ante esta, viéndose en el reflejo del agua con ayuda de la luz de alguna farola. Negó. Habían llegado esos días... Aun no habia pasado nada peligroso, sabiendo lo que sí que se les avecinaba. Suspiró, dándose la vuelta, y apoyando la espalda en la fuente, cruzándose de brazos y cerrando los ojos. Ahora solo esperaba a que ella terminase con todo, para volver a verla.



Tras un buen rato de espera a nada en particular, y después de haberle dedicado unas palabras a su abuela que dejó en el aire de aquella habitación, y que no quería volver a recordar si quiera, salió de la casa, en busca de Zen, y sin muestra alguna de tristeza en el rostro. Se había despedido, tal y como quería. Y con ello decía adiós a su antigua vida.



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