25 de noviembre de 2012

Otra cruel batalla.


La desolación que dejaba la guerra, una guerra que aparentemente nunca acababa ni nunca acabaría, ni si quiera aunque ellos dos lo hubiesen intentado. Siempre había nuevos problemas, como si los humanos ni si quiera pudiesen vivir sin estos, sin malestar, quizás el propio mal llevaba al bien, a la felicidad, o...simplemente a la falsa felicidad. Y no solo los humanos, incluso si esa guerra la ganaban los Nodens, seguramente el resultado no sería mucho mejor. La esperanza estaba demasiado perdida, y el mundo demasiado podrido. Miles de cadáveres descansaban sobre el anterior campo de batalla, todos muertos. Un sitio realmente desolado, lleno de sangre y de muerte, y el propio cielo grisáceo oscuro, que además de anunciar la proveniente noche anunciaba tormenta, no lo hacía mejor.


Sus ojos del color del propio oro, afilados, y con un leve atisbo incluso de tristeza, se fijaban en el mismo suelo. Una capa negra, algo destruida, ocultaba parte de su cuerpo, incluso la capucha por encima de su cabeza, y por ende, de su cabello oscuro, el mismo algo pegado a una parte de la cara, desde la frente, por una brecha que dejaba caer sangre desde la misma. Pero no parecía importarle. En una de sus manos sujetaba esa gran espada negra, de una gema rojiza en su mango, el cual apretó, haciendo hasta tensar sus pálidos nudillos. En un nuevo silencio, desde que se acabó el eco de aquellos gritos desgarrados de dolor de los que ahora ya estaban muertos, Zen alzó un poco la espada, solo para clavarla en el suelo, entre el césped húmedo. Y mientras la dejaba allí, se aproximaba a una figura que descansaba en el suelo, un pelo bicolor, donde a pesar de tener algo de blanco, abundaba muchísimo más el rosa. Zen se acuclilló a un lado, pasando un antebrazo por detrás de los hombros y cuello de ella, observándola con seriedad, admirando cada ápice de su rostro, después de todo, por su agarre y por el mismo hecho de que estuviese inconsciente, su cabeza se había echado algo hacía atrás. Y ahora sus ojos cerrados o sus labios entreabiertos era lo único que le devolvía a la realidad, lo que le hacía sentir culpable por tener que ser él quien hubiese matado a todos aquellos hombres, incluso aunque debiera hacerlo, sabía que ella odiaba algo así. Realmente, ese mundo cruel no era un lugar para La Inocencia de Dios. Y lo peor era que, aunque lo intentara, él no podía hacer nada para remediarlo. Frunció el ceño en esos pensamientos, mientras observaba aunque no mostraba demasiado interés, a esos pequeños círculos que se arrancaban de la propia arma, y volvían al pecho de la chica, introduciéndose en él. Esperó a que aquello acabase, para que sin si quiera esperar a que terminase de recuperar la consciencia, acercar más la cabeza de ella a su pecho, ayudándose ahora de su otro brazo para sostenerla también de la cintura. Y él mismo echó la cabeza hacia delante, ensombreciendo aun más sus ojos, casi ocultándolos entre la capucha, la sombra y su propio cabello azabache. Y medio abrazado a ella, intentando protegerla incluso del mismo frío, y aunque hubiese cosas más importantes de qué hacerlo, susurró, con un dolor al fondo de sus palabras, pero que seguramente solo podía notar alguien como ella, y si es que lo hacía.



   -Ya…Todo ha terminado.



Midori había escuchado los gritos de angustia, de dolor, de desesperación, gritos desgarradores ahogados en sangre… Casi sentía el miedo que todos y cada uno de aquellos seres, Nodens o Humanos, quién sabe, habían desprendido en su último aliento de vida. El miedo a la muerte era común, sea la raza que sea, y visto cómo estaban ahora, la raza ni siquiera parecía tener demasiada importancia. Al final todos morían de la misma forma.

En sus labios entreabiertos apareció el primer suspiro después de la pérdida de conocimiento. La luz en su pecho seguía latente, palpitante y tenue, hasta que poco a poco se fue apagando. Y ella, aún con los labios entreabiertos, abrió los párpados, solo un poco, desubicada en un principio, pero desde un primer momento en su mirada podía reflejarse la tristeza que, como no, la Inocencia de Dios sentía ante una situación así. Los entreabrió algo más, entristeciendo el ceño. En cuanto su vista fue capaz de localizar algo lo vio a él, justo a tiempo para escucharle. “No, no ha acabado aún…”, pero no dijo nada al respecto. Midori cerró los labios ahora en un gesto suave y dulce, como toda ella, de forma que de verdad parecía que la Inocencia de Dios no tenía lugar en un escenario como aquel. Y pudo notar el dolor o la tristeza que Zen cargaba consigo. No lo culpaba, más bien se compadecía de que su misión fuese tan terrible, y de que él tuviese que llevar ese cargo de consciencia. Él no se merecía algo así.

En ese pensamiento entristeció más la mirada, aún fija en él. Y con lentitud alzó una mano, como no, en todos sus gestos delicada y emitiendo al mundo ese sentimiento de pureza. La guió hasta un lateral de su rostro, tocando con sus dedos algo cálidos, aún a pesar de todo, en la mejilla de él. Y en contra de cualquier cosa que pudiese parecer en esa situación, Midori ladeó una desgarradora y triste sonrisa, pero al fin y al cabo dulce y pura, casi con los ojos acuosos después de todo. Y en un suave murmuro, dijo de manera que solo el que estuviese cerca podría escucharle.


   -Sí…Todo está bien ahora…


Aunque era más que evidente que eso no era así. Que aquello volvería a pasar de nuevo, una y otra vez, porque esa guerra no parecía tener fin. Y sin embargo esas fueron sus palabras, que podían interpretarse como que ya estaba bien, que ahora no estaría solo, porque ella ahora estaba “despierta”, y estaba con él.




Aun con prácticamente sus ojos ensombrecidos, Zen notó cómo ella se despertaba, y al hacerlo, él debilitó un poco el agarre para que no se sintiese tan presionada en su pecho, y para que al menos pudiese respirar, y si quería, incluso mirarle. Él entreabrió sus labios solo sintió las yemas suaves y cálidas de su caricia sobre su mejilla fría, un contraste que al fin y al cabo le decían que sí, que por hoy había acabado, que ya estaba todo bien. Y aun así... Medio ladeó su cara hacia el lado, además de medio levantarla, y aunque la sombra seguía existiendo bajo sus ojos, ahora estaban estos visibles, entrecerrados y con esa seriedad inquebrantable, pero con una muy leve tristeza que no cualquiera podría ver, pues tal y como ella notó aquellos sentimientos al tocarlo, él lo hizo tan solo al presenciar su sonrisa y sus ojos acuosos. Él amaba su sonrisa, pero no de esa manera. Él quería sentir alivio en su pecho, pero con ello sentía todo lo contrario. Y aun así, incluso por eso mismo, sentía más ganas de protegerla, de decirle que todo estaba bien, o que él nunca iba a traicionarla. Porque no, las cosas no estaban bien, y parecían ir cada vez a peor. Bajó un poco más su mirada de nuevo, fijándola en el suelo, al frente de ellos, en cualquier charco de sangre, y en la primera gota de lluvia que cayó en este, y no tardó mucho más en caer también sobre su capucha y mejilla, ya de por sí fría y pálida, pero también en la de ella. Zen acabó cerrando los ojos, suspirando con resignación por la nariz, e incluso cerrando los labios antes de hablar.


   - Deseo que llegue el momento en el que pueda decirte ''Es suficiente, ya no tienes que luchar más''....


Esta vez volvió a entreabrir sus ojos dorados, y aunque aun algo entristecidos, se notaba un nuevo ápice, ápice de ternura y calidez hacia ella. Solo hacia ella. Era lo único en su mundo que le importaba. Lo único que protegería con todo lo posible, e incluso con lo imposible. Realmente evitaría su jaque mate incluso acosta del de los demás. Subió su mano desde su cintura, tras su espalda, y luego por sus hombros, apartando algunos mechones de su cuello con el reverso de esta, y luego de su mejilla, y finalmente limpió con suavidad las posibles lágrimas bajo sus ojos. Aunque podía parecer una estupidez, puesto a que estaba lloviendo, y las gotas volvían a aparecer en la mejilla de ella segundos después. Zen entrecerró algo más los ojos, serio y solo aparentemente frío, aunque ella sabía que no era así, para seguir con lo que estaba diciendo, en susurros, no le hacía falta alzar más la voz, y por ello incluso podía parecer un gesto más cercano a ella.


   - ...Pero hasta entonces... Yo no te traicionaré. Seguiré luchando por ti, hasta que encontremos paz.


Aunque tristemente, ni si quiera sabía cuando aquello ocurriría. Midori lo escuchó, incluso se mantuvo en silencio el tiempo en el que él no dijo nada, simplemente notando ahora las gotas de lluvia caer, tanto sobre él como sobre ella. Simplemente se mantuvo en silencio, observándole con sus ojos aún acuosos, dejándose y sintiendo sus caricias, y agradecida por ellas, pues incluso entrecerró algo más sus entristecidos ojos. Y de alguna manera, aunque Zen ya había dicho cosas por el estilo antes, ella no se lo esperaba. O quizás simplemente nunca se acostumbraría a escuchar esas cosas. Abrió algo más de lo normal los ojos, fijos en él en todo momento, e incluso entreabrió un poco los labios de la sorpresa. Realmente sentía un gran peso en su interior, como un cúmulo de remordimientos que hacían mella, sobre todo, en días como aquel. Y lo peor de todo es que sabía de los sentimientos de Zen al estarle tocando, ¿Y cómo podía ella estar tranquila sabiendo el peso que él llevaba sobre los hombros? Viéndole en esa tristeza que sus ojos emitían por sí solos, aunque cualquiera allí no vería más que frialdad o indiferencia. Para ella aquello siempre fue diferente. Él siempre fue distinto, y único. Midori volvió a entrecerrar los ojos, y esta vez su sonrisa volvió a aparecer, leve, pero quizás incluso menos entristecida que antes. Esta vez de verdad sonreía agradecida, aunque a simple vista no había nada que agradecer. No llegó a apartar la mano, ni siquiera detuvo aquella caricia. Incluso sintió con la punta de los dedos algunos mechones de su cabello, y los deslizó bajo los mimos para seguir acariciándole el lateral del rostro. Claro que notaba el contraste de su piel fría con la suya algo más cálida, y eso era lo que quería transmitirle. Que ella estaba allí, que la oscuridad no tenía por qué estar sola en el abismo a partir de ahora.


   -Zen….No luches por mí…


Entrecerró algo más sus ojos, aunque de nuevo y gracias a esa sonrisa, esta vez no parecía tan triste. Claro que de cualquier manera su voz sonaba a penas en un hilo leve, entristecido de alguna manera, desgarrador, como siempre que la Inocencia de Dios presenciaba cosas como aquellas.


   -… Lucha por ambos, por la paz… Porque acabe todo esto… Pero sobre todo lucha por ti…


Porque para ella él era quien más se merecía ser feliz, y quien más había sacrificado por la paz que aún no habían conseguido alcanzar. Zen era aquel que más necesitaba esa paz en el mundo, al menos a su modo de ver las cosas. Él ascendió la caricia del reverso de su mano por su mejilla, hasta llegar al final de la misma, pero tampoco la apartó, si no que ahora pasó a acariciar simplemente con el pulgar. El tiempo estaba frío, además de que llovía, y aunque pareciese algo imposible que Midori se resfriase o algo así, incluso en algo tan tonto como eso, Zen se ocupaba de medio envolverla con su propia capa, con la misma mano con la que la abrazaba y cogía desde los hombros, y por ello la medio mantenía alzada sobre él, aunque también por estar medio inclinado hacia adelante, y obviamente ser de más estatura, también intentaba protegerla algo de la misma lluvia. No apartó su aparente gélida mirada del color del oro de los ojos rojizos de ella, de esos ojos que aun seguían acuosos, y que cada vez que los veía así, sentía como algo dentro de él se desgarraba un poco. Pero ahora sonreía algo menos triste, cosa que agradeció al fin y al cabo, aunque ni si quiera se movió o dijo nada. Ni un solo gesto. Y realmente pensó sobre lo que le decía. Pero... En realidad, cuando luchaba por ella, luchaba por él. Él se sentía reconfortado con el pensamiento de que tras eso podría estar tranquilo con ella, y ver su auténtica sonrisa de felicidad un día, tras otro, tras otro... Esos pensamientos agradables inundaron su mente, hasta el punto de estar mirándola, pero a la vez pareciendo no hacerlo. Pero tras unos segundos, finalmente suspiró, volviendo a cerrar los ojos, y ahora bajando él si su mano de la mejilla de ella, liberándola de su caricia.


   - Yo lucharé porque nadie, nunca, nos haga un jaque mate.


Eso, quizás significaba un ''soy más egoísta de lo que crees, ya luchaba por mí, aunque también por ti, por nosotros, y no pararía de hacerlo aunque me lo pidieras de rodillas''. Aunque quien sabe en realidad lo que haría Zen si la propia Midori se lo pedía. Todo lo que sea mientras no fuera malo para ella. Midori notó cómo él apartó la mano, pero ella aún así no dejó de hacerlo, igual que tampoco dejó de sonreír. Realmente pensaba que aún a pesar de haber tenido algo así como protección desde que se enteró de lo que era en realidad, tiempo atrás, nunca se sentiría como se sentía ahora. Cubierta por su propio cuerpo, siendo abrazada por sus propios brazos y pudiéndole notar tan cerca incluso cuando hubo un tiempo en el que pensó que jamás podría volver a sentirle, realmente Midori no podría definir cómo se sentía junto a él ni en un millón de libros. Escucharle le hizo entrecerrar algo más los ojos, entristecidos aún, borrando un poco su sonrisa. Claro que en parte había entendido a lo que se refería. Y realmente se le encogió el corazón al pensar en la de veces que habían estado a punto de perder la partida de forma definitiva. Poco a poco deslizó sus cálidos y delicados dedos desde su mejilla hacia uno de sus ojos, bajo este, en una caricia donde apenas rozaba su piel. Y de nuevo Midori pensó en lo mismo que pensaba siempre que sus ojos se encontraban con los suyos…


   -…Entonces yo lucharé para que dejes de mirarme con esos ojos tristes...


Y de nuevo habló en apenas un susurro, pero aquellas palabras fueron algo más “profundas” que las anteriores incluso, algo que quizás ella misma había hecho sin querer. Al fin y al cabo era la Inocencia de Dios, y una caja de sorpresas. Aunque Midori estuviese bien donde estaba intentó incorporarse, pero solo un poco. Quiso dejar de estar más o menos tumbada para estar más o menos sentada, claro que siempre cercana, y sin siquiera hacer que él dejase de rodearla de alguna manera con algo como eso. Esta vez sí bajó la mano de su rostro, y simplemente se limitó a mirarle a los ojos. Nada más que eso, con su mirada aún entristecida, pero preciosa al fin y al cabo. Quizás las lágrimas estancadas de los mismos solo resaltaban la pureza de su mirada.

Zen dejó que se acomodase, después de todo, ni si quiera tenían otro sitio adónde ir, y aun así no la liberó de la protección que brindaban sus propios brazos, y aunque fuera uno muy pequeño, era un signo de esa protección que él quería otorgarle, incluso en cosas como la lluvia o el frio, aunque era seguro que Midori no podía resfriarse o enfermar. Pero todo estaría bien mientras ella sufriera lo menos posible. Y por ello mismo... Zen realmente odiaba el poder en ella, cuando curaba a los demás, o incluso cuando le hacían daño, porque sabía que le dolía el triple que a cualquiera. Y se sentía impotente por ello, aunque esto durara poco. Y quizás por eso mismo, además de tampoco tener adonde ir, estaban allí, esperaría que se le pasase el posible mareo o la posible fatiga a ella, que estuviese bien de verdad, para que se pudieran mover. Realmente Zen sabía que ahora era el único que podía cuidar de ella, que estaban solo ellos dos, y deseaba poder hacerlo bien, aunque quien sabe si realmente eso no era al revés, si quien cuidaba de quien no era Midori de él.

Cuando las cálidas yemas de sus dedos se deslizaron bajo sus ojos, Zen volvió a alzar su mano, pero esta vez para posarla encima de la de ella, observándola y... Al escucharla, abrió los ojos solo un poco más de lo normal. Quizás porque aunque se lo decía a veces, no se lo esperaba ahora. Volvió a entrecerrar sus ojos, aunque esta vez algo más cálido, sonriéndole con levedad, solo a ella, la única persona con la que le salía de verdad hacer algo así. El problema es que tampoco sabía que decir a eso, como siempre, y sus ojos parecían ansiar respuesta... O así lo sentía él. Incluso culparle por ello mismo, cuando seguramente ni si quiera podía evitarlo. Y claramente Midori tampoco sería capaz de algo así, pero... En cuanto Midori bajó la mano de su rostro, Zen no la dejó hacer algo así, y la cogió antes de que la bajara del todo, aunque con suavidad, pero con determinación, intentando hacerle ver que no quería que la bajase. Se echó hacia adelante, subiendo la mano algo más hacia su nuca, y aun manteniendo con la otra el agarre de la suya. Y al echarse hacia delante, se pegó un poco a ella, además de acercar el rostro al suyo, de entremezclar el aliento con el suyo, de acariciar sus labios con los suyos, incluso aunque ambos estuviesen humedecidos por la lluvia, eso a él no le importaba.


   - Yo tampoco quiero ver la tristeza en los tuyos...


Clavaba directamente sus ojos en los de ella, y aunque no llegó a besarla, no se apartó. Quizás porque en el fondo quería sentir que ella también lo quería a él. Aunque seguramente si no lo hacía, lo acabaría haciendo él. O quizás no, quién sabe. Midori observó su sonrisa, la calidez ahora en su mirada, y su gesto de sorpresa. Realmente pensaba que era la única en el mundo capaz de ver algo más que frialdad en esos ojos. Y muy en el fondo, quería que eso siguiese siendo así. Eso la hizo sonreír, aunque solo un poco y con levedad, pues cuando él sujetó su mano para que no la bajase fue ella la que abrió algo más los ojos, sorprendida. A medida que él se fue inclinando hacia ella, a medida que se pegó a su rostro, ella fue entrecerrando algo más los ojos, incluso entreabriendo algo más sus sonrosados labios, extasiada por sentirle tan cerca, por sus palabras, y perdida en la inmensidad del dorado de sus ojos una vez más. En momentos como ese casi podía sentir que el mundo dejaba de girar por un momento. Que no había guerra, muerte, desolación, tristeza ni odio en el mundo. Que solo estaban ella y él, y ese momento. Midori cerró un poco los dedos de la mano que él sujetaba, pero sin hacer nada por apartarse. Respiraba por los labios ahora, y quizás por eso entremezclaba algo más su aliento con el suyo. Incluso a pesar de todo, los “colores de vida” aparecieron en sus mejillas, leves, pero visibles.


   -… Z-Zen,…y-yo…


Pero ni siquiera sabía qué decir. Pensó que quizás esa situación hablaba por sí misma. Él había dicho que no quería ver tristeza en sus ojos, y de alguna manera, con el simple hecho de acercarse, ella había dejado a un lado y solo por un momento la tristeza o el dolor. Su ceño sí yacía entristecido, pero más que eso parecía suplicante, quizás porque quería que la besase. Pero sentir su aliento tan de cerca, sentir sus pupilas sobre ella y poder perderse en sus ojos sin necesidad de que nada le importase más que aquello… Midori entrecerró algo más los ojos hasta el punto de casi cerrarlos, y en un puro impulso fue ella la que, como siempre en gestos dulces y delicados, recorrió la poca distancia que la separaba de sus labios con lentitud hasta besarle, ella a él, cerrando los ojos casi al instante, y dejando que de esa forma él notase lo que antes no pudo decir con palabras; que no podía vivir sin él.

Zen había seguido con los fijos en los de ella, hasta que se acercó más y más, y no pudo evitar bajar la mirada hasta sus labios, pero él no se movió. Esperó que ella finalmente fuese quien acabara besándolo, quizás porque Zen realmente necesitaba algo así, saber que ella no estaba obligada a algo así, que no estaba obligada a besarle o a estar con él, que más que eso, no lo odiase por abandonarla tiempo atrás, y que incluso le quisiese. Frunció algo el ceño, pero no de molestia, ni si quiera de preocupación, más bien de concentración, concentración en ella, y en olvidarse de todo lo demás. Él no llegó a cerrar los ojos, aunque sí los entrecerró bastante, incluso llegado al punto que solo una línea dorada era lo que demostraba que seguían abiertos, fijos en ella, en su puro rostro, aunque la lluvia seguía cayendo sobre el mismo, aunque no toda como debería, pues él seguía "protegiéndola" de esta con su propio cuerpo, y ahora que incluso ella estaba bajo su capucha. La mano de ella que tenía sujeta, la atrajo hasta su propio pecho, envuelto de ropaje negro, y algo húmedo, pero eso no era lo importante, seguramente era para que la dejase apoyada allí o incluso para que se acercase más a él. Mientras su otra mano seguía tras su nuca, con sus dedos enredados en su cabellera, que aun siendo bicolor, destacaba más el rosa. Aunque siempre estaba presente también el blanco. Y aunque pareciese mentira, porque Zen era el "rey negro", realmente le gustaba que fuese así, tal y como una flor de cerezo. Incluso aquellos colores en sus mejillas. Era esa mezcla hermosa y delicada lo que sacaba su instinto de sobreprotección en él, por ella. Deslizó sus dedos desde su mano, aun dejándola apoyada en su pecho, pero sin sujetarla, para llevar esa misma también tras su nuca, separándose muy lentamente de sus labios, cerrando los ojos del todo un momento, el mismo momento que tardó en apoyar su frente en la de ella, de entremezclar los mechones con los suyos, y aun notando su cálido aliento. Soltó su cabello, o mejor dicho, deslizó las manos por este, separándolo desde atrás y con delicadeza en dos partes para echarlos hacia adelante, y que el rosa cubriese los hombros de ella. Y así, poder subirle la capucha de la capa que también llevaba ella, también negra, y así que se protegiese incluso mejor de la lluvia. Volvió a abrir sus ojos, esta vez con seriedad, aunque tampoco es que nunca se librase de la misma, y los clavó en los de ella. Tras dejar libre su cabello, llevó una de sus manos a mitad de su brazo, dejándola allí apoyada, incluso mirando este de reojo solo una vez, y luego volviéndola a mirar a los ojos, mientras alzaba su otra mano de nuevo a su mejilla para acariciar su pómulo con el reverso de la misma con su dedo pulgar.


   - Algún día se terminará todo esto. Y es imposible que mis ojos muestren tristeza si no ve esta misma en los tuyos o en tu propia sonrisa.


Cada gesto, caricia o movimiento de Zen no pasaban desapercibidos para Midori. Para ella no había nada más importante ahora que sentirle, quizás porque en el fondo sabía la necesidad de Zen de algo como eso, de esa tranquilidad momentánea. Quizás incluso sabía que necesitaba saber que ella no hacía nada de aquello por obligación, y quiso demostrárselo con aquel gesto, con aquel beso y aquella iniciativa que muy contadas veces solía tener. En cuanto él separó los labios de los suyos ella abrió los ojos, solo un poco, para encontrarse con él de nuevo, con sus ojos y con su rostro en general. Los signos de vida en sus mejillas seguían existiendo, quizás no tan notables como en cualquier otra situación, pero sí perfectamente apreciables. Sus grandes ojos se fijaron en él mientras él le colocaba la capucha sobre la cabeza y dejaba caer su melena hacia delante de sus propios hombros. Escuchó entonces sus palabras, entrecerrando por inercia y solo un poco los ojos en cuanto él volvió a acariciarle la mejilla. Y sonrió, aunque no tan alegre como solía ser, sino igual que antes, quizás algo entristecida, pero dulce y sincera al fin y al cabo.


   -Hasta entonces…No te culpes demasiado…


De nuevo habló en un suave tono de voz, pero por encima de las gotas de lluvia. La mano que él antes había dejado en su pecho la había mantenido ahí todo ese tiempo, y ahora la deslizó un poco más hacia donde debería estar su corazón, aunque solo con la mirada fija en sus ojos, sin ni siquiera eliminar aquella leve pero dulce sonrisa.


   -Ahora no tienes que soportar esto tú solo…


Era un claro “ahora estoy contigo”, y una súplica que hizo con sus ojos a que compartiese su carga con ella. Al menos es lo único que podía hacer después de todo.

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